Un auto pequeño y para nada lujoso se estacionó a orillas de la acera de la casa de Michael. Y un par de hombres descendió de él; vestidos de chándal y camiseta de tirantes, daban la sensación de que llegaban de estar en el gimnasio. Saludaron con mucha amabilidad a los vecinos que se cruzaron en su paso, caminaron a la entrada. Nadie sospecharía de ellos, a primera impresión parecían ser personas de bien, y la facilidad y naturalidad con la que ingresaron a la casa de Michael hizo creer que eran conocidos del convecino.
-Revisa atrás. Yo me ocupo de estas zonas. –Ordenó uno de los hombres al otro.
Se colocó guantes y empezó a abrir cajones y a mover objetos. Ciro les había dado instrucciones precisas: recolectar todo cuanto encontraran, sea o no revelador. El italiano quería saber quién