Eran las dos con trece minutos en Italia. Los desvelos de Ciro ya se habían convertido en costumbre, asimismo, su gusto por el licor. Estaba en la bodega de su casa bebiendo del anís siciliano cuyo sabor amargo llegaba acompañado de recuerdos igualmente amargos que revivían el momento en el que su propio hermano, sangre de su sangre, le manifestaba que había embarazó a su esposa, la mujer de su vida. Si se embriagaba no era para olvidar, nunca entendió a las personas que bebían para olvidar sus penas, él las mantenía frescas en su mente, lo hacía para poder conciliar el sueño. Utilizaba el licor como sustancia soporífera.
El silencio de su soledad fue rasgado por el timbre de llamadas de su celular. Tomó el aparato con su manos libre, sin soltar la copa de anís, ojeó el identificador notando una llam