120. Justicia
Amber
El pasillo del tribunal parecía asfixiante, aunque el aire acondicionado mantenía una temperatura agradable. Mis manos no paraban quietas y mis ojos recorrían el lugar buscando cualquier señal de Peter. Nada. Su ausencia era una mezcla extraña de alivio y desasosiego.
«¿Puede simplemente no presentarse?», pregunté con la voz tensa que llevaba acumulándose desde que salimos de casa.
Leonardo, a mi lado, posó una mano firme en la base de mi espalda, ofreciéndome su consuelo silencioso. «Sí, puede. El abogado puede representarlo».
«¿Entonces se rindió?», me atreví a decir, buscando esperanza en sus palabras.
«Debió darse cuenta de que perdió», respondió Leonardo con esa media sonrisa que siempre me tranquilizaba. «Y, francamente, creo que no quiere pasar por la humillación de enfrentar lo evidente».
Mi corazón se calentó al oírlo. Le devolví la sonrisa y, sin darme cuenta, me permití relajarme lo suficiente para apoyarme en su abrazo. Era como si su sola presencia fuera un escudo c