Los cuatrillizos por error del millonario
Los cuatrillizos por error del millonario
Por: A. A. Falcone
Prefacio

Allí estaba, una vez más, en la clínica, donde cinco meses atrás había ido a realizarse una inseminación artificial junto a Antonio, su difunto esposo.

Jamás imaginó que la llamaran con tanta urgencia, tantos meses después, cuando acudía allí prácticamente todas las semanas para realizarse los chequeos correspondientes.

La última ecografía y los últimos análisis habían dado perfectos, entonces, ¿por qué la llamaban con tanta urgencia?

Cuando llegó a la recepción se encontró con la médica que había conocido el primer día y con el médico que la atendía todas las semanas, reunidos y con rostro de preocupación.

Una vez se acercó a ellos, se aclaró la garganta para hacerse notar y preguntó:

—¿Qué sucede? ¿Está todo bien?

Los rostros de los tres que se encontraban reunidos no auguraban nada bueno.

—Esperemos un momento más —dijo la doctora—. El señor Messina ya debe estar por llegar.

¿Messina?

Le sonaba ese apellido y pronunciado por la voz de aquella mujer.

De pronto tuvo un flashback.

Aquel era el hombre en el que se había fijado mientras esperaba que la atendieran, junto a Antonio.

O, al menos, eso era lo que creía recordar.

Sin embargo, sus dudas se vieron disipadas cuando el hombre que entró a la recepción era el mismo que ella recordaba.

—¿Qué sucede? —preguntó con el ceño fruncido—. Ya me dijeron que soy infértil, ¿para qué me citaron?

Sus ojos azules como el agua eran los mismos que ella recordaba, aquella era una imagen difícil de olvidar.

Se sentía mal por haberse fijado en aquel hombre alto, guapo y de mirada penetrante mientras estaba con Antonio, pero no había podido evitarlo.

—Bien, ahora que estamos todos reunidos… —comenzó a decir el médico que atendía semanalmente a Gianina.

—¿Todos? —preguntó la muchacha con el ceño fruncido.

—Sí, todos. —Asintió el médico—. Podemos pasar a mi despacho para hablar con tranquilidad.

—Pero ¿de qué quieren hablar? No entiendo. Estoy perdiendo tiempo de trabajo por esto. No quiero ninguna jugarreta, porque se las verán con mis abogados —amenazó el tal Messina.

—Adriano —dijo la doctora—, tranquilo, todo tiene un motivo y una explicación —agregó y miró alternadamente a cada uno.

—Mejor pasemos a la consulta y les explicaremos todo. También estará el director de la clínica y labraremos un acta para que quede constancia de la reunión —explicó el médico.

Gianina y Adriano intercambiaron una mirada de desconcierto.

Gianina fue la primera en dar un paso al frente.

Al ver que la muchacha se adelantaba, Adriano hizo lo mismo y juntos entraron en la consulta, donde, en efecto, se encontraba el director de la clínica de inseminación artificial.

Una vez todos tomaron asiento, el director de la clínica se puso de pie, hizo una ligera reverencia y volvió a sentarse, antes de decir:

—Señor Messina y Señora Costa, para mí es un honor que estén aquí, pero, al mismo tiempo, una vergüenza.

Adriano y Gianina fruncieron el ceño a la par.

—¿Puede ir directamente al grano? —pidió Adriano.

—Verán, los encargados de las inseminaciones cometieron un error a la hora de realizar la fertilización in vitro.

—¿Qué quiere decir? —preguntó Gianina.

—Que el señor Messina no es infértil, los espermatozoides infértiles eran los de su esposo, el señor Antonio Rossi.

—Pero, entonces, ¿cómo es que estoy embarazada de cuatrillizos? —Gianina abrió los ojos de par en par.

—Por el mismo error —respondió el médico.

—Sus óvulos fueron fecundados con los espermatozoides del señor Adriano Messina.

—¡¿Qué?! —preguntó Gianina a voz de grito, levantándose de un salto de su asiento—. No, esto debe ser una broma de mal gusto. No puede ser que los hijos que espero sean de este señor.

—Pues lamentamos decirle que sí, en efecto, así es. El padre de sus hijos no es Antonio Rossi, sino Adriano Messina.

—¿Por eso usted salió con mala cara el día en que nos encontramos aquí? —preguntó Gianina.

—¿Me vio? —inquirió Adriano.

La muchacha asintió.

—Pues sí, pensé que no podría ser padre a pesar de mi corta edad, pero ahora me encuentro con que no solo puedo serlo, sino que seré padre de cuatro niños. —Sonrió—. El tal Antonio tenía buen gusto para elegir a su mujer. —La evaluó con la mirada.

—¿Puedes dejar de mirarme como si fuera una incubadora de última generación? ¿No ves en el problema que nos han metido estos infelices? —inquirió a voz de grito—. Juro que los demandaré. Esta clínica se irá a la quiebra y todos ustedes —dijo señalándolos uno a uno—, perderán sus puestos y sus matrículas.

—Creo que no es para tanto —intentó tranquilizarla Adriano.

—¿Que no? —Alzó las cejas.

Adriano negó con la cabeza.

—¿Te parece poco que resulte que ahora estoy embarazada de un maldito desconocido?

—Oye, tranquila con los insultos.

—Pero si es que no te he visto más que dos veces, contando con esto, y ahora resulta que tú eres el padre de mis hijos…

—Sí, y también resulta que te irás a vivir conmigo.

—¿¿¿QUÉ???

Gianina estaba fuera de sí, no podía entender qué demonios estaba sucediendo.

Se pellizcó el antebrazo e hizo una mueca de dolor.

No, en efecto, aquello no era un sueño, pero lo parecía, parecía la peor de sus pesadillas.

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