59. Que se jodan los hombres

Dayleen llevaba dos días intentando mantenerse firme. No hablar del embarazo. No llorar por Xavier. No permitir que la marca en su cuello ardiera cada vez que lo sentía a lo lejos, encerrado en su silencio.

La mañana siguiente a la llegada del soldado, Xavier partió a la manada de Agua. Intento despedirse de ella, pero no se lo permitió. Pese a que tocó su puerta más veces de las que podía contar, no le abrió y finalmente él se marcho.

«Cuando regrese, espero que podamos tener una conversación civilizada. Eres la mujer que tiene mi corazón, no dejemos que esto nos separe. Espérame, volveré», había dicho detrás de la madera.

Annika se convirtió en su sombra. La ayudaba a prepararse, la acompañaba a las reuniones, le ofrecía distracciones pequeñas, como si eso pudiera detener el desangramiento emocional que sufría por dentro.

—Él sigue siendo tu mate —le recordó en voz baja—. Estás marcada. Su alma no podrá huir de la tuya, aunque lo intente. Y él te ama a ti, eres su alma gemela. Lo
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