El cielo gris anunciaba tormenta, como si presintiera el humor del Alfa del Fuego.Sebastián desmontó de su caballo con furia contenida, su cuerpo tenso, los músculos marcados por la rabia que no lograba liberar. Su escolta lo siguió sin decir palabra, sabían que cualquier mal gesto sería una provocación. Caminó hasta el centro del campamento de la manada de Fuego, donde los suyos esperaban noticias de la negociación con Tierra.—¡Nada! —rugió, lanzando su capa al suelo—. ¡Nos negaron todo! ¡Ni una semilla! ¡Ni un trozo de carne seca!El silencio se volvió denso. Nadie osó hablar. Nadie excepto Aria.—¿Qué esperabas? —dijo ella, cruzada de brazos—. Fuiste con las manos vacías y sin una estrategia. Ellos no te temen, Sebastián. Tú solías imponer respeto.Él giró hacia ella con los ojos encendidos. Su presencia siempre despertaba algo feroz en él, pero esta vez, no era deseo.—¿Me estás culpando? —gruñó.—Solo digo que fue tu error ir solo. No conoces a la manada de Tierra, no como yo.
El cuervo real descendió con majestuosidad, su plumaje negro como la noche contrastaba con el cielo claro del mediodía. Las ramas del gran árbol sagrado crujieron al recibirlo, como si la naturaleza supiera que algo importante estaba por anunciarse. El mensajero de la Casa de Lobos Real llegó segundos después montado en su corcel blanco, descendió con paso ceremonioso, cubierto con una túnica azul oscuro con ribetes plateados. Su voz, grave y solemne, resonó entre los presentes: —Traigo un mensaje del trono del Imperio de Aryndell. Su Majestad, el Rey Alfa, solicita la presencia de la nueva Guardiana en la Corte Real. Desea conocer a la portadora del linaje sagrado y extenderle el saludo del reino. El silencio cayó como un manto. Dayleen sintió que el corazón se le detenía por un instante. El Rey. El gobernante de todas las manadas unificadas. El hombre más poderoso del continente quería verla. A ella. Una simple loba que hasta hace semanas apenas sabía defenderse. Retrocedió
La noche antes de partir, la manada de Tierra celebró en silencio. No hubo banquetes ni música. Solo un susurro de respeto por la Guardiana que al amanecer viajaría hacia el corazón del Imperio. Los guerreros ofrecieron ofrendas en los árboles sagrados, y los ancianos recitaron oraciones antiguas a la Diosa Selene. Dayleen observaba todo desde la ventana de la cabaña que le habían asignado, con el corazón apretado.Sabía que algo importante la esperaba… pero no se sentía preparada.Un golpe suave en la puerta la sacó de sus pensamientos.Era Xavier. Y lo supo sin siquiera verlo. ¿Cómo estaban tan conectados?Vestía sencillo, sin su túnica ceremonial ni collares de Alfa. Solo él. Alto, hermoso y sereno, como si la tormenta de sentimientos que escondía no pudiera verse desde fuera. Pero claro que lo veía en sus ojos, tan azules y profundos que la dejaban sin respiración.—¿Puedo pasar?Ella asintió.El silencio entre ambos fue cómodo, casi cálido. Xavier caminó por la habitación hasta
En lo alto de la torre imperial, el Cuervo Real regresó batiendo sus alas oscuras como la medianoche. Aterrizó con precisión sobre el brazo enguantado del maestro de mensajes, quien retiró con delicadeza el pequeño pergamino amarrado a su pata. —Viene con respuesta, mi señor —anunció con voz firme. El mensajero se inclinó ante el trono elevado en la sala de audiencias del Imperio de Aryndell. Allí, entre columnas de obsidiana y fuego líquido, el Rey Alfa observaba con los ojos entrecerrados. A su lado, tres consejeros aguardaban con semblantes solemnes. El papel fue abierto. Era una respuesta breve… pero suficiente.“Acepto la invitación. Viajaré a través de la manada de Aire. Firmado: D.N, Guardiana de los Lobos.” La sala se llenó de un silencio reverente. —Así que vendrá —susurró el Rey, sus dedos tamborileando sobre el respaldo del trono—. La última Guardiana de los Lobos, estará pronto aquí. El más anciano de los consejeros asintió lentamente. —La leyenda cobra vida.
El sol apenas se alzaba en el cielo cuando los tres lobos dejaron atrás los límites del bosque de la manada de Tierra. Fueron solos, sin la protección de sus guerreros. El camino era peligroso y preferían evitar arrastrar gente innecesariamente.Avanzaban en silencio, bordeando los antiguos caminos que alguna vez conectaron todas las regiones bajo un solo reino, antes de la fragmentación. Antes de la Guerra entre manadas más sangrienta de la historia. Xavier lideraba el grupo con mirada aguda. A su lado, Dayleen cabalgaba con la capa de hojas plateadas ondeando tras ella, y Annika cerraba la formación, alerta a cada sonido: era una excelente rastreadora. El viaje a la manada de Aire no solo implicaba territorio desconocido, sino caminos olvidados, erosionados por el paso del tiempo y por la indiferencia de las manadas enemistadas. No solían visitarse entre ellos a menos que tuvieran una razón importante, como discutir sobre las provisiones o en su casa, conseguir aliados. La manada
Prefacio ...Hoy era el día en que finalmente se uniría con su mate frente a toda la manada. Después de todo su sufrimiento, por fin sería su Luna, la Luna de todos aquellos que la habían mirado con desprecio y desdén.Sonrió mientras volvía a acomodarse el vestido blanco, el cual era sencillo y humilde, tal y como su rol debía de ser. Una madre para la manada, pura y limpia de malos sentimientos. La noche comenzaba a caer, sentía los nervios recorrerle desde la punta de los pies al estómago, su corazón latía agitado por la emoción.Escuchó bullicio afuera de la cabaña, la mayoría se dirigía al templo de celebraciones. Ahí tendría lugar el día más importante de toda su vida, el día por el que había valido la pena no ceder a sus pensamientos deprimentes y dejarse caer al vacío.Terminó de arreglarse hasta que sonaron los tambores que anunciaban el comienzo del espectáculo.Suspiró, lista para salir de su escondite y unirse a la celebración.Su mano tomó la perilla, casi preparada par
-Meses atrás... - Dayleen sabía que ser parte de la manada FUEGO INDÓMITO era un modo de asegurar su supervivencia ante ese mundo moderno que se había formado luego de que la tierra había sido testigo de una de las guerras entre razas más sangrientas de la historia. Pero saberlo y hacerlo eran cosas muy distintas, no conseguía dar resultados y pronto sería expulsada de la manada. Miró sus manos con impotencia. Eran totalmente inútiles. —Aunque las mires durante diez horas seguidas, seguirán sin ser capaces de controlar el elemento, Dayleen —le había dicho su madre por décima vez. Frunció el ceño sin comprender sus palabras. —Deberías apoyarme, no desalentarme —refunfuño—. Cuando veas a tu hija ser parte de la servidumbre de la manada desearás haberme motivado más. Eryn la observó con una expresión de tristeza. —Lo siento, cariño. Pero la sacerdotisa nos lo dijo a tu padre y a mi desde que naciste, que no posees ni un poco de la chispa del fuego, tal vez siendo guerrera
Dayleen se miró en el espejo, ajustándose el vestido blanco que su madre le había preparado para el ritual de graduación.Era un día importante para ella y para los demás jóvenes de la manada, así que quería sentirse especial. Pero su mirada se desvió hacia el lunar plateado en su hombro, y se sintió un poco incómoda.Las dudas no habían podido dejarla en paz. ¿Qué significaba ese lunar? ¿Por qué había aparecido de repente? Quizás era una enfermedad que recién iniciaba.Su madre la llamó desde fuera de la habitación, recordándole que era hora de ir a las aguas termales con las demás chicas.Solto un suspiro cargado de nervios.Era una tradición que las madres llevaran a sus hijas a bañarse en las aguas termales de la manada antes del ritual de graduación. Por lo que tenía sentido que Dayleen se pusiera un poco nerviosa, sabía que las demás chicas venían de familias más ricas y tradicionales.Se suponía que debía vestirse con ropa tradicional que hubieran heredado las mujeres de su fam