La Espada de Luz

Lucía no llegó a tocar el piso cuando cayó.

Un torbellino cegador se abatió sobre ella, envolviéndola, ocultándola a mis ojos.

No me di cuenta que estaba gritando con todas mis fuerzas hasta que sentí el peso cálido, firme en mi cabeza. El brillo disminuyó y reconocí a mi señor Miguel inclinado hacia mí. Era su mano sobre mi cabeza. Estaba rodeado por miles de guerreros de luz, de pronto todos perfectamente visibles para mí. Sus manos fuertes y gentiles me sostuvieron cuando entre varios exorcistas me liberaron de la cadena maldita de Tespiah. Me desmoroné en sus brazos llorando, llamando balbuceante a Lucía.

—Yael, Misael, cuiden de su hermano.

El frío me invadió cuando Miguel se apartó de mí y sentí las manos amables de mis antiguos hermanos sujetándome. Quería ver qué había pasado

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