Alana se quedó sin aliento al cruzar la puerta del departamento de Edur. El aire estaba impregnado de un delicado aroma a vainilla y rosas, mientras decenas de velas titilaban en cada rincón, arrojando destellos dorados sobre los pétalos de rosa que cubrían el suelo como una alfombra de ensueño. Durante un instante se preguntó si había entrado en el escenario de una película romántica, pero la calidez de la escena era tan auténtica que la conmovió hasta el alma.
—¿Qué es esto? —susurró, girándose hacia Edur, quien la observaba desde la entrada, los pómulos teñidos de un rubor evidente que desmentía cualquier intento de fingida indiferencia. Alana sintió una oleada de incredulidad y ternura; pocas veces lo había visto titubear así.
—Edur, ¿estás… avergonzado? —preguntó, entre divertida y francamente asombrada, sin poder evitar que una sonrisa se asomara a sus labios.
El Alpha apartó la mirada por un instante, frotándose la nuca con gesto torpe, como si buscara una excusa entre las somb