La mansión en el corazón del bosque resplandecía bajo la luz cálida de docenas de lámparas de araña suspendidas en sus vigas de madera tallada, los muros estaban adornados con tapices antiguos que narraban historias de reinos olvidados, mientras un fuego crepitaba en la chimenea de mármol, proyectando sombras danzantes sobre los pisos de madera pulida, la opulencia no había sido relegada a los castillos; aquí, en esta aislada pero majestuosa residencia, cada rincón hablaba de una riqueza atemporal y elegante.
El comedor, con sus largas mesas de roble oscuro, estaba dispuesto para un banquete, con vajilla de porcelana fina y cubiertos que brillaban gracias a la plata con la que habían sido fabricados, pues a diferencia de lo que se decía en las leyendas, a los hombres lobos no les afectaba la plata, al menos no a estos hombres lobos. Los grandes ventanales ofrecían vistas al bosque circundante, donde la luz de la luna se filtraba entre los árboles, añadiendo un brillo plateado al ambie