Alfonso miró la hora. Era temprano, pero no tenía tiempo que perder. Su sobrina aún dormía, y no quiso molestarla.
Desayunó algo sencillo y salió de la casa sin hacer ruido. Subió a su auto y se dirigió al cementerio.
El lugar era realmente bello, rodeado de árboles coloridos y flores. Caminó tranquilo y pensativo hasta la tumba de Eloísa. Sabía muy bien dónde estaba, así que fue directamente hacia ella.
—Hola mi bella Eloísa... ¿Me extrañás tanto como yo a ti? —dijo, acariciando su foto—. Pero ya lo sabes... pronto estaremos juntos.
Tenía lágrimas en los ojos, pero no era tristeza lo que sentía.
—Espero que me perdones por los errores que cometí. Hice lo mejor que pude... ¿podrás perdonarme?
Se sentó, bajó la cabeza. El silencio del lugar le ofrecía una paz difícil de encontrar en otros lados.
—Cuando regrese a la ciudad voy a ir a ver a Federico... y le voy a decir dónde está Lizzy. Ella lo ama. Y te digo la verdad... aún no lo entiendo, no entiendo como alguien como él, la enamoró.