—Víctor, hay una señorita aquí abajo que quiere hablar con el señor Alvear.

La recepcionista frunció el ceño. Estaba acostumbrada a ver desfilar a mujeres con cualquier excusa para buscar a Federico. Modelos, actrices y mujeres de la alta sociedad habían pasado por allí, pero en los últimos meses él no había recibido a ninguna. La más frecuente había sido Sofía Villarreal.

—Ya sabes que no recibe a nadie sin cita previa. ¿Cómo es ella? —preguntó con recelo.

—Es rubia y distinguida. No, no es Sofía… —La recepcionista desvió la mirada hacia la joven—. ¿Cómo dijo que se llama, señorita?

—Lucía Mendoza —respondió la muchacha, algo ofuscada por la actitud de la mujer.

Víctor quedó descolocado.

—Que espere, consultaré con el señor Alvear.

Golpeó la puerta. Federico, concentrado en la lectura de unos documentos, levantó la vista con impaciencia.

—Señor… eh…

Alvear odiaba las vacilaciones.

—Habla de una vez, Víctor. No tengo tiempo para perder.

—La señorita Lucía Mendoza quiere verlo.

Federico