Lo que no sabes
Lo que no sabes
Por: Aitana López
Capítulo1
Desaparecí justo en el año en que mi novio quedó ciego.

Cuando recuperó la vista, me encontró y me obligó a quedarme a su lado. Todos decían que yo era su único amor, así que, aunque lo había abandonado, no quería dejarme ir.

Un día, apareció justo frente a mí con su prometida y me dijo:

—Patricia, ¿cómo se siente ser traicionada?

Solté una sonrisa amarga. Menos mal que ese dolor no duraría mucho tiempo, porque pronto lo olvidaría todo.

***

Saúl me encarceló cuatro años. En el cuarto años, encontró a su nueva prometida: Mónica Hernández, heredera del Grupo Dorado. Conocida por su elegancia y sabiduría, fue considerada la pareja perfecta para Saúl. Seis meses después, ya estaban listos para casarse.

Durante esos años, Saúl había tenido infinidad de novias, pero nunca había tratado a esas relaciones con sinceridad. Sin embargo, esta vez, un amigo me llamó para darme un consejo:

—Parece que Saúl se toma en serio lo del matrimonio. Mónica es una joven bonita que puede ayudarlo en su carrera.

Sabía algo de eso, pero no esperaba que nuestro primer encuentro ocurriera en la oficina de Saúl.

Aquel día, fui al hospital para mi revisión periódica, y el médico a cargo era un compañero de la universidad. Me dijo que la enfermedad avanzaba rápido y que probablemente en tres meses olvidaría todo.

—¿De verdad no le vas a contar a Saúl sobre tu enfermedad? Si se lo dices ahora, tal vez él tomará una decisión diferente.

Lo consideré, pero al final decidí que no. ¿Para qué exponer mis debilidades ante alguien que me había traicionado? Necesitaba verlo solo para que me firmara un acuerdo.

Mi enfermedad en realidad no es mortal. En el extranjero hay sanatorios especializados para mi situación, aunque son carísimos. Mis padres fallecieron cuando era muy joven y, como no tengo otros familiares, tenía que obligatoriamente dejar mis asuntos en sus manos.

No hice una cita con la secretaria de Saúl y, al llegar a su oficina, me di cuenta de que Mónica también estaba allí.

Nos sentamos en extremos opuestos de la sala de espera. Ella estaba rodeada de varios empleados que la llamaban "señora Morales", lo cual la hacía muy feliz.

—¿Quién es esa? —les preguntó con cierta curiosidad Mónica.

Algunos compañeros mostraron desprecio y le respondieron:

—Patricia Romero.

Todos los que están cerca de Saúl saben quién soy yo.

Mónica me observó con curiosidad y, de manera natural, me saludó:

—¿Eres Patricia?

La miré en completo silencio, como si nada.

—Eres muy diferente de lo que imaginaba —dijo ella con voz baja y suave—. Dicen que Saúl todavía tiene un amor del pasado. Parece que no tenía buen gusto cuando era joven, ¿verdad?

Un colega se rio y aprovechó la oportunidad para adularla:

—Por supuesto que no se puede comparar con usted. No sabe que, en realidad, en nuestra empresa, tiene una posición bastante inferior.

No me enfadé por eso, porque estaba diciendo la verdad. No había razón alguna para enojarme. Nadie podría imaginar que, la mujer que todo el mundo consideraba el amor de Saúl, tenía una posición tan baja que incluso era inferior a la de un perro vagabundo.

Mónica pareció frustrarse por no ver mi reacción. Me echó un ligero vistazo y luego continuó:

—¿Dicen que te fuiste cuando Saúl estaba en su peor momento? ¿Y por qué de repente vienes a buscarlo? Jugar al gato y al ratón es una buena estrategia para manejar a los hombres, ¿no es así? pero Saúl no es un hombre común. Si lo que quieres es dinero, puedo ayudarte, pero la verdad, con tus condiciones, no conseguirás mucho.

Se movió un poco el flequillo, dejando al descubierto una lunar en su frente. Me di cuenta en ese momento de que, de hecho, se parecía bastante a mí, solo que yo me había quitado el mío hace seis años.

Al ver que seguía sin hablar, ella ya no podía contenerse más. Miró a una colega que entraba a servirles agua y de inmediato la interrogó:

—¿Así es tu actitud de trabajar? ¿Cómo pudiste dejar que entrara?

La colega, a la que Mónica le estaba dando órdenes, me miró y dudó por un momento, pero al final intentó explicarle:

—Es que el señor Morales nos ordenó que…

—¡Eso me vale mierda! ¡Sácala de aquí de inmediato! Si ella no se va, ¡vete tú misma!
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