La noche cayó con lentitud, como un telón espeso tras el final de una larga obra. La oscuridad lo cubría todo, y el silencio de la habitación era tan denso que parecía envolver incluso los pensamientos.

Alejandra estaba sentada en la cama, inmóvil. Tenía el portátil cerrado sobre las piernas, como una tarea inconclusa que había abandonado hace horas. No recordaba en qué momento el cielo se había apagado por completo. Las luces estaban fuera. El celular, aún encendido, brillaba tenuemente entre sus manos como si fuera una vela encendida en medio de su tormenta interior.

Desde que supo que estaba embarazada, todo en su cuerpo parecía amplificado. Las emociones, la sensibilidad, los sentidos. El tacto de la tela sobre su piel le parecía demasiado áspero, los sonidos demasiado intensos. Y su mente... un campo de batalla. Caótica. Incansable.

El nombre de Vanesa apareció en la pantalla con una nueva notificación. Un mensaje sin abrir. Una preocupación más. Una voz querida que no podía sopo