Mundo ficciónIniciar sesiónCapítulo 3: El reencuentro y el refugio
La noche cayó rápido, como si también tuviera prisa por envolver a Alejandra en sombras. Afuera, el sonido de la lluvia había cesado, pero adentro la tormenta seguía viva.
Abrió una botella de vino que encontró en la pequeña alacena, una de esas que su madre solía guardar “para ocasiones especiales”. ¿Esto contaba como una? Probablemente no. Pero necesitaba algo que la calmara.
Cuando el timbre sonó, el vino aún no llegaba ni a la mitad de la copa.
Alejandra se quedó congelada. Nadie sabía que había llegado. Nadie, excepto...
Se acercó a la puerta con cautela. Por la mirilla, confirmó lo que su instinto ya sospechaba: Matías.
Abrió.
—Hola, Ale —dijo él, con una voz baja, más grave de lo que recordaba. Esa forma de llamarla... como si el tiempo nunca hubiera pasado.
—Hola, Matías —respondió, sintiendo cómo su nombre sabía a pasado y promesas rotas.
Por un segundo, solo se miraron. Él parecía estar evaluándola, como si tratara de leer en sus ojos todo lo que no se habían dicho en años.
—¿Puedo pasar? —preguntó al fin.
Ella asintió y se hizo a un lado. Su corazón latía con una urgencia que no entendía del todo.
El interior de la casa los envolvió en un silencio incómodo, cargado de recuerdos.
—Te ves bien —dijo él, rompiendo el silencio.
—Tú también. Estás… diferente. Pero igual.
Matías sonrió con la comisura de los labios. Esa sonrisa que ella conocía tan bien. Que había visto después de besos, de risas, de promesas.
—¿Cuándo llegaste? —preguntó él, caminando con familiaridad hacia el salón.
—Hace unas horas. Vine sola. Rodrigo... se quedó en Nueva York.
Matías no respondió de inmediato. Se sentó en el borde del sofá, como si le costara decidir si hablar o quedarse callado.
—¿Y cómo estás?
La pregunta era simple, pero Alejandra sintió que llevaba peso.
Ella dudó. Pensó en mentir. Pero ya no tenía ganas de fingir con nadie.
—No lo sé, Matías. Estoy aquí, en esta casa, en este barrio... y me siento como si no perteneciera a ningún lugar.
Él bajó la mirada. No necesitaba que ella explicara más. A veces, el silencio decía todo.
POV Matías
La tenía frente a él y, sin embargo, sentía que era intocable. Había imaginado este momento muchas veces, pero ninguna de esas fantasías se parecía a esta versión real y rota de Alejandra.
No parece feliz. Ni cómoda. Ni completa. Ella siempre brillaba… ahora brilla distinto. Como cuando una vela parpadea antes de apagarse.
No le preguntó por Rodrigo. No necesitaba hacerlo. Ya había escuchado rumores. Un amigo suyo que vivía en Nueva York le había contado que lo había visto más de una vez con otra mujer. No quiso decirle nada. No aún.
Lo que sí sentía era una punzada incómoda en el pecho. Ella merecía algo mejor.
Ella lo miró. Sus ojos se encontraron en esa tensión que nace cuando dos personas tienen una historia inconclusa.
La lluvia volvió a caer, suave, como un murmullo sobre el tejado. La botella de vino, ya a la mitad, los acompañaba como testigo mudo del reencuentro. Alejandra se recostó en el respaldo del sofá, con las piernas cruzadas, mientras Matías permanecía frente a ella, con los codos apoyados en las rodillas, los dedos entrelazados.
—¿Y tú? —preguntó ella de pronto, rompiendo el silencio—. ¿Qué ha sido de tu vida?
Él suspiró.
— Me dedico a restaurar obras de arte antiguo, empezó como hobby y terminó convirtiéndose en mi pasión, ahora vivo en Londres con mi hermano. Nos ha ido bien, la empresa ha crecido mucho, nos han adjudicado un proyecto muy grande con el museo de Londres y hemos estado trabajando sin parar, necesitaba un descanso, por eso estoy aquí, Madrid y este barrio llenos de recuerdos… los buenos, los malos y los… tristes.
—¿Estás con alguien?
La pregunta flotó en el aire, pesada, directa. Matías la miró con una leve sonrisa ladeada, esa que ella recordaba tan bien.
—Tuvo que ser por la tercera copa de vino, ¿no?
Alejandra bajó la vista, algo avergonzada.
—Perdón, no debí...
—No, está bien. No, no estoy con nadie —dijo él, y su voz sonó más suave—. Estuve, un tiempo. Pero no funcionó. Nunca funcionó con nadie, para ser honesto.
Alejandra sostuvo su mirada. Algo en esa respuesta le removió una emoción que había estado enterrando por años. ¿Podía ser tan simple? ¿Tan real?
—¿Y tú? —preguntó él, devolviéndole la pregunta como quien lanza una moneda al vacío.
Ella dudó. Respiró hondo.
—Con Rodrigo las cosas... están mal. Muy mal. Siento que me casé con un extraño. O que él se convirtió en uno.
Matías asintió lentamente, sin decir nada. No necesitaba más detalles. Había visto demasiadas veces esa mirada en mujeres que aman de más y son amadas de menos.
Un trueno sonó a lo lejos. La luz titiló, y por un instante todo pareció suspendido. Matías se levantó.
—Debería irme —murmuró, aunque su cuerpo no parecía querer moverse.
Alejandra también se puso de pie. Quedaron a escasos pasos. Él la miraba como si fuera una canción que había olvidado pero que aún podía tararear. Y ella... ella sentía que el aire se volvía más denso entre los dos.
—Matías...
—Dime.
—Gracias por venir.
Él la miró con una ternura que desarmaba.
—Siempre vendría.
Hubo un segundo, solo uno, en el que Alejandra pensó que lo besaría. Él también lo pensó. Se notó en la forma en que se inclinó apenas, en la forma en que sus ojos bajaron fugazmente a sus labios.
Pero no pasó.
No todavía.
Él dio un paso atrás, con esfuerzo, y caminó hacia la puerta.
—Buenas noches, Ale.
—Buenas noches, Matías.
Y cuando la puerta se cerró tras él, Alejandra sintió que todo lo que había guardado durante años, toda esa vida que fingía tener bajo control, comenzaba a tambalearse.
Subió las escaleras, se dejó caer en la cama sin desvestirse, y por primera vez en mucho tiempo, lloró sin saber exactamente por qué. Tal vez por Rodrigo, por Matías, por ella misma. Por todo lo que pudo ser y no fue.
Y en la calle, Matías caminó bajo la lluvia sin paraguas, con el corazón palpitando de nuevo después de años dormido.
Sabía que ese reencuentro no era casual. Algo estaba por comenzar.
Alejandra revisó su celular.
Tres llamadas perdidas de Rodrigo. Un mensaje de voz:
“Ale, te estás portando como una niña. Esta no es la forma de resolver nuestros problemas. Llámame.”
Lo borró sin escucharlo completo.
POV Alejandra
¿Nuestros problemas? Él tiene amantes. Yo tengo insomnio. Él vive rodeado de personas falsas. Yo apenas me reconozco. ¿Cómo se soluciona eso con una llamada?
Fue a la cocina, sirvió vino y se sentó a escribir en su cuaderno.
“Hoy hablé con Matías. Se presentó en la puerta de casa como si los años no hubieran pasado. Fue extraño y hermoso. Me sentí… viva.
No sé qué estoy buscando aquí. Pero empiezo a creer que tal vez, lo que estoy buscando no es un lugar. Es una persona.”







