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Capítulo 2: Ecos del pasado

Capítulo 2: Ecos del pasado

La mañana llegó sin avisar, bañando de luz dorada las cortinas blancas de la habitación. Alejandra había dormido mal. El colchón le resultaba demasiado blando, el silencio demasiado profundo. Ya no estaba acostumbrada a la calma.

Se levantó sin hacer ruido. Bajó las escaleras descalza, vestida con una camiseta larga. Preparó café en la vieja cafetera italiana y dejó que el aroma se esparciera como una caricia familiar. Se sentó en el pequeño comedor de la cocina, con la taza entre las manos.

POV Alejandra

No sé cuánto tiempo podré quedarme aquí sin que Rodrigo empiece a presionar. Ya ha enviado tres mensajes desde anoche. No los respondí. No quiero pensar en él… no ahora.

Volvió a leer el último mensaje:

“¿Qué necesitas allá que no podamos arreglar aquí juntos? Te extraño.”

Mentira. Lo sabía. Lo sentía. Rodrigo no extrañaba a la mujer que ella era, sino el control que tenía sobre ella.

Su corazón latía lento, pero con fuerza. No estaba acostumbrada a este tipo de libertad: la de pensar, sentir y recordar sin que alguien la corrigiera.

Terminó su café y salió al jardín. Las glicinas trepaban por los muros con la misma vitalidad de siempre. Se sentó en el viejo banco de madera, acariciando con la mirada los rincones de su infancia. Cerró los ojos.

Y entonces el pasado volvió, como un murmullo que se transforma en grito.

Flashback — Primavera de 2009

Matías tenía dieciocho. Ella, diecisiete. Era una tarde cálida, con nubes esponjosas y el cielo claro. Estaban en el desván de la casa de él, donde guardaban libros viejos, vinilos rotos y una guitarra desafinada.

—¿Qué quieres hacer con tu vida? —le preguntó ella, tumbada sobre una manta.

—Irme contigo —respondió él, sin pensarlo.

—No seas tonto.

—No estoy bromeando.

Ella giró el rostro y lo miró. Matías siempre tenía esa forma de decir las cosas que parecía juego… pero no lo era. Él la quería. De verdad. Con la devoción absurda y honesta de los primeros amores.

Se sentaron frente a frente. Matías tomó su mano. El silencio entre ellos pesaba menos que el aire.

—¿Te puedo besar?

Alejandra asintió.

El beso fue torpe y dulce. Como si los dos estuvieran aprendiendo algo importante sin saberlo del todo.

Y esa noche, ocurrió lo que ninguno de los dos había planeado.

Se quitaron la ropa con cuidado, sin apuro, entre susurros y miradas largas. No hubo promesas ni palabras grandes. Solo una conexión tan poderosa que parecía detener el tiempo.

—¿Estás segura? —preguntó él.

—Sí.

Fue lento. Fue íntimo. Fue todo lo que ella necesitaba y no sabía que le hacía falta.

Después, se quedaron abrazados, sus cuerpos temblando, sus corazones latiendo al mismo ritmo. Él le besó la frente. Ella le acarició el pecho, sintiéndose a salvo.

Nunca volví a sentirme así. Ni una sola vez con Rodrigo. Ni siquiera cerca.”

Presente

Alejandra abrió los ojos. El sol había subido más alto. La taza de café estaba vacía.

Volvió a entrar a la casa. Se duchó lentamente, se vistió con unos vaqueros claros y una camisa blanca, se recogió el cabello en una trenza suelta. Decidió salir a caminar.

Las calles estaban tranquilas, como siempre a media mañana. El barrio era una cápsula del tiempo. Todo seguía igual: los jardines cuidados, las casas ordenadas, los árboles en flor. Incluso el quiosco de revistas de la esquina seguía allí.

Pasó por el parque. Escuchó el murmullo de los niños, el canto de los pájaros, el sonido del viento entre los árboles. Y entonces, de pronto, algo la detuvo.

Una bicicleta.

Y un rostro.

Matías.

Estaba del otro lado de la calle, empujando su bici con una mano. Iba con una chaqueta gris, el cabello más corto, el cuerpo más firme. Pero sus ojos… sus ojos eran los mismos.

Alejandra se quedó quieta. Él también.

El mundo pareció detenerse.

No hubo palabras. Ni saludos. Solo una mirada larga, cargada de años, recuerdos, de lo que fueron… y de lo que no llegaron a ser.

Matías desvió la mirada y siguió su camino. Alejandra sintió un nudo en el estómago.

POV Alejandra

Está igual. O peor. Porque ahora lo extraño con una intensidad que no recordaba. Y tengo miedo de lo que eso significa.

De vuelta en casa, se sentó frente al escritorio. Abrió su cuaderno y escribió.

“Lo vi. A Matías. Después de todos estos años, está aquí. Vivo. Real. Y aún me mira como si no hubiera pasado el tiempo.

Rodrigo no sabe nada de esto. Ni siquiera imagina lo que significó Matías para mí. Pero yo lo sé. Lo siento. En cada parte de mi cuerpo.”

Cerró el cuaderno. Se apoyó en la silla. Cerró los ojos.

Y recordó.

Ese susurro en la oscuridad. Esa promesa no dicha. Ese amor que tal vez, solo tal vez… no había muerto del todo.

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