Eiden condujo a casa tan rápido como pudo.
Acababa de encontrar al mensajero en la puerta de su casa, pero no llevaba nada encima.
—¿Dónde está mi entrega? —Eiden le agarró: —Creía que habías dicho que tenías un paquete de Cristina para mí.
El mensajero se quedó desconcertado: —Señor Frías... Su mujer ya ha firmado por usted, se lo di a ella.
—¿Mi mujer?
—¿Me equivoco? Pero esa señora acaba de decir que era la señora Frías...
Eiden se apresuró a entrar en la villa.
—¡Blanca! ¿Dónde estás?
Blanca, que en ese momento se encontraba en el cuarto de baño, se estremeció.
Tiró el contenido de su mano al retrete y pulsó frenéticamente el botón de la cisterna, pero al segundo siguiente, Eiden abrió la puerta del baño de una patada.
Le arrebató la caja de la mano y la hojeó con ansiedad.
Eran fotos.
Desde que era un adolescente a convertirse en un hombre maduro con los años.
En algunas llevaba uniforme escolar, de baloncesto, traje y bata.
De cara, de perfil, de espalda, había de todos los ángul