Camila no podía creerse que hubiese bebido. Era mi primera resaca en mucho tiempo, y ella no dejaba de hacer preguntas, mareándome incluso más de lo que estaba.
– Tienes que contarme los detalles – insistía - ¿qué es eso de que despertaste en su cama? ¿qué pasó con eso de que ibas a hacerle sufrir, porque acostarte con él no me parece…?
– No pasó nada – repetí, por enésima vez – él dijo…
– ¿Cómo puedes estar segura de que no pasó nada, si ni siquiera lo recuerdas? – me encogí de hombros, pensando de nuevo en esa sensación.
– Camila – la llamé, sacándola de sus pensamientos, mientras daba vueltas a su café, allí, sentada, en el salón de mi casa - ¿recuerdas que pasó la noche en la que fuimos a ver las estrellas, en los Alpes, en el viaje de fin de curso? – ella me observó, sin comprender por qué hablaba de ese día – nos emborrachamos, ¿te acuerdas? – sonrió, asintiendo - ¿desapa