La luz del sol se colaba por las grandes ventanas de la oficina, iluminaba las sillas perfectamente alineadas frente al escritorio de papá, en la sala de juntas. Me senté en una de ellas, cruzando las piernas y observando cómo él revisaba unos papeles, con esa expresión concentrada que siempre tenía cuando algo ocupaba su mente. No había pasado mucho tiempo desde que llegué, pero ya podía sentir la tensión en el ambiente, como si algo lo estuviera preocupando más de lo que deseaba admitir.
De un momento a otro, cerró la carpeta que tenía en las manos y se inclinó ligeramente hacia delante, centrando toda su atención en mí. Una pequeña sonrisa cursi apareció de manera imperceptible en mis labios.
—¿Estás lista para el gran día? —cuestionó con una aparente calma; sin embargo, en su mirada se delataba la preocupación que sentía en ese momento.
Me quedé en silencio por un instante, jugaba con el borde de mi falda mientras pensaba en cómo responder. Una parte de mí sentía una sensación cál