—No te entiendo, Freya.
La voz de Halle todavía sonaba incrédula. Después de todo, nuestras interacciones previas siempre habían estado marcadas por una hostilidad disimulada. Su excesiva familiaridad con Jasper siempre me ponía los pelos de punta. Su actitud posesiva era más que obvia, imposible de ignorar.
Pero ese día, tomé mi café con calma y hablé con una voz suave y tranquila.
—Ayúdame a disolver el vínculo y me voy. Tú eres la única que puede convencerlo.
Ella revisó el documento una vez más, entrecerrando los ojos, desconfiada.
—¿Y cómo sé que no es una trampa?
Sonreí.
—Ya leíste el documento. No hay nada raro. Cuando Jasper lo firme y lo selle con su sangre, el vínculo se romperá.
Me incliné hacia ella y añadí:
—Y entonces tendrás al Alfa más poderoso. Toda la gloria. Todo el dinero. Todo.
Halle repasó cada cláusula de nuevo; era obvio que estaba tensa.
—No hay ningún acuerdo entre nosotras. ¿Y si te arrepientes?
—Una vez que el vínculo se rompa, ya no importará lo que yo piense. Ni siquiera nos vamos a volver a ver.
Tomó su celular y marcó.
—Estoy en Aura Brew. ¿Puedes venir por mí?
Veinte minutos después, el hombre que nunca tenía tiempo para mí ya estaba a su lado.
Siempre me sonreía con indiferencia, pero con Halle, su sonrisa era cálida y sincera.
—¿Dónde estabas? —le preguntó—. No esperaba que me llamaras de aquí.
Ella escondió el documento de disolución entre un montón de fotos.
—¡No tienes idea de lo popular que eres! Todo el mundo me pide fotos tuyas autografiadas. Y ya sabes, no sé decir que no…
Jasper se rio y le quitó la pluma.
—La próxima vez falsifícala y ya. No te compliques.
—¡Ay, cómo crees! —rio ella tontamente, parpadeando.
—No seas ingenua —dijo él—. No es para tanto.
Firmó los papeles sin siquiera mirarlos.
La sonrisa de Halle se iluminó. Sacó una mascada de seda de su bolso.
—Ayúdame con este broche de rubí, ¿sí? Se atoró.
Le echó un vistazo.
—Tíralo. Te compro otro nuevo.
—No, este me encanta. Tienes que ayudarme.
Con un suspiro, tomó el broche y empezó a arreglarlo. Sus manos se quedaron quietas y lo soltó.
—¡Ay, te picaste! A ver… —dijo Halle, tomándole el dedo.
Lo apretó y una gota de sangre cayó sobre el documento. Un calor sutil se extendió por la marca de mi clavícula.
“La marca se está desvaneciendo”, susurró mi loba.
Asentí. “Tardará tres días en desaparecer. Ten paciencia. Pronto seremos libres”.
Yo también necesitaba algo de tiempo para organizar cómo íbamos a irnos.
Al salir por la puerta lateral, sentí una ligereza que no había experimentado en años.
***
En mi vida pasada, me casé con Jasper como parte de un acuerdo estratégico, una unión que todos envidiaban. Viví lo que parecía un cuento de hadas, pero todo terminó en una lenta muerte emocional.
Porque en el corazón de Jasper siempre hubo un lugar que le pertenecía a Halle.
Habían crecido juntos, el amor de su infancia que todos pensaban que terminaría en matrimonio. Pero, de la nada, Halle se casó con un empresario millonario en el extranjero. Y Jasper aceptó el matrimonio que su familia arregló y se convirtió en mi esposo.
En nuestra gran ceremonia de la marca, me mordió la clavícula con una ternura que me hizo estremecer. Por un momento, casi creí que la felicidad era real.
Pero cuando la pasión se desvaneció, empecé a ver la realidad.
Su corazón nunca se había abierto a mí. No importaba cuánto lo amara, siempre había una distancia, un muro invisible que nunca pude derribar.
Luego Halle regresó y la agenda de Jasper se llenó. Empezó a faltar a las cenas y a cancelar nuestros planes cada vez más seguido. Su sonrisa aparecía con más frecuencia, pero nunca para mí. A veces, cuando contestaba el teléfono, sus ojos se suavizaban con una ternura inconfundible.
Y me di cuenta de que podía ser tierno, que podía ser feliz. No conmigo.
La depresión me consumió, me vació por dentro día tras día. Mi cuerpo se debilitó hasta que, una mañana soleada, con lágrimas aún en mi cara, no desperté.
Volviendo al presente, me sequé las lágrimas y me obligué a sonreír.
Esta vez sería diferente. Les daría su final feliz y yo encontraría el mío. Quizá así, todos podríamos ser felices.
Marqué un número.
—Necesito que hagas algo por mí. Dime cuánto cobras.
La llamada se cortó justo cuando las llantas chillaron con todo.
Intenté saltar para esquivarlo, pero el carro me alcanzó a golpear y me tiró al suelo.
El conductor, pálido de pánico, me llevó de urgencia al hospital. Una serie de estudios confirmó que solo tenía raspones y moretones leves.
Sentí un gran alivio, hasta que mis ojos se fijaron en una línea del informe.
Se me detuvo el corazón. ¡Estaba embarazada!