Desde su posición, Aurora clavó una mirada cargada de furia y resentimiento en la pareja que acababa de hacer su aparición en el salón de celebraciones.Esa noche, Aurora había esperado encontrar una ocasión propicia para acercarse a Francesco e intentar entablar una conversación significativa con él.Ya lo había intentado con anterioridad, llamando insistentemente a su oficina, pero él se había negado sistemáticamente a atender sus llamadas e, incluso, a recibirla en persona.Aurora no tenía duda de que la responsable de este desplante era Catalina Esposito, la mujer que ahora se mostraba radiante junto a él, acaparando toda su atención y frustrando sus anhelos de reconciliación o, al menos, de una simple audiencia.La bilis del enojo le quemaba en la garganta al contemplar la felicidad ajena, alimentando su rencor hacia la intrusa que se había interpuesto en su camino.No obstante, durante esa misma velada, el destino tenía reservada para Aurora una revelación sumamente interesante
Los ojos de Aurora se clavaron en Catalina con una intensidad gélida, destilando un odio visceral y profundo. Su mirada era como un dardo envenenado, cargado de una furia tan intensa que parecía condensarse en el aire entre ellas.Si las leyes de la física permitieran que la malevolencia ocular segara una vida, Catalina habría sucumbido al instante a esa fulminante ponzoña.La animadversión que emanaba de Aurora era tan potente que resultaba casi tangible, una fuerza oscura que amenazaba con arrastrarlas a ambas en su vorágine de rencor. En ese instante, la distancia física entre ellas se desvaneció, dejando paso a un abismo de hostilidad pura e implacable.—Eres una ingenua —le espetó con cólera.—Y tú eres una víbora ponzoñosa —le contestó Catalina con firmeza.Con una furia contenida, Aurora dio media vuelta y se alejó a grandes zancadas de la pareja. Se mordió con fuerza el labio inferior, reprimiendo el grito de rabia frustrada que asomaba en su garganta; lo último que deseaba er
Mientras las luces de la ciudad comenzaban a titilar como estrellas fugaces en el horizonte, Catalina y Francesco se sumergieron en el efervescente ambiente de la velada.El aire vibraba con conversaciones animadas, risas cristalinas y el suave tintineo de las copas alzadas para brindar por un futuro incierto, pero lleno de promesas.Ser partícipes de un evento tan significativo, el compromiso de un político cuya figura ya se alzaba como un faro de esperanza para muchos, iba más allá de la mera cortesía social.Para ellos, la invitación era un reconocimiento de su propia valía dentro de los círculos influyentes de la sociedad.No se trataba de una necesidad de validación externa, sino de la confirmación de un estatus que ya poseían y que les permitía observar el devenir de los acontecimientos con una perspectiva privilegiada.En medio del bullicio elegante, cada intercambio de palabras, cada mirada cómplice entre ellos, tejía un hilo invisible que los conectaba aún más con el pulso de
—No tengo nada que contarte, Marta. Gracias por lo que has hecho por mí desde que llegaste a la casa. Si me lo permites, te daré un consejo sincero: aléjate de mi tío, no es buena persona.—Tobías me dijo que te mandó a Francia con tu tía, la hermana de tu madre —soltó Marta.—¿Y te creíste eso? —preguntó Catalina, llevándose la copa de champán a la boca para tomar un sorbo.—No, la verdad es que fui a Francia para buscar a tu tía, pero no la encontré. Su marido me dijo que estaba de viaje.—¿Su marido? Que yo sepa, mi tía no tiene ningún marido —dijo Catalina, y en ese instante Marta se dio cuenta de que había dicho algo que no debía.—Me tengo que ir, Catalina. Espero que te vaya bien lejos de Tobías —se despidió Marta, dándose la vuelta rápidamente para alejarse de la mesa donde estaba la joven.Una oleada de impulsividad recorrió a Catalina, instándola a levantarse de inmediato y seguir a Marta para confrontarla y desentrañar el significado de sus extrañas palabras. La necesidad d
—¿No vas a preguntarme qué pasó? —dijo Francesco después de bajarse del coche y ayudar a Catalina a salir.—¿Quieres contármelo? —respondió ella, caminando a su lado con el brazo alrededor de su cuello hacia su habitación.—La encontré hablando con Roger Bianchi.—¿Roger Bianchi? ¿Quién es?—Roger es el primo de Aurora. No sé qué malas ideas se le pasarán por la cabeza, pero no voy a permitir que se acerque a mi hermana. No me fío de nadie de esa familia. Son capaces de cualquier cosa para conseguir lo que quieren y no quiero que Lucía se vea envuelta en sus problemas ni que sufra. Por eso me puse tan nervioso cuando los vi juntos. No quiero que mi hermana sufra por culpa de esa gente.—No creo que todos sean malos. No puedes juzgarlo solo por lo que hizo su prima —le dijo Catalina, tratando de hacerle ver otro punto de vista.—Quizá tengas razón. No lo conozco mucho; él vivía en España y vino a Italia justo cuando mi relación con Aurora ya casi había terminado. Nunca me cayó muy bien
Francesco le acarició la mejilla con ternura y una corriente eléctrica le recorrió el cuerpo. Sus dedos se deslizaron con lentitud hasta alcanzar el delicado arco de su mentón.Con una presión apenas perceptible, guió su rostro hacia arriba, buscando sus ojos con una intensidad silenciosa que detuvo por un instante el bullicio del mundo que los rodeaba.En ese breve instante, solo existía la conexión entre sus miradas, un universo de emociones tácitas que danzaban en el brillo de sus pupilas.Francesco contuvo el aliento, sintiendo un nudo formarse en su garganta ante la imagen que se grababa en su memoria. Jamás, en todos sus años, se había topado con una mirada que irradiara tal limpieza, una pureza cristalina que parecía emanar directamente de un alma inmaculada. La inocencia que Catalina le ofrecía con la mirada era un bálsamo inesperado, una luz suave que disipaba cualquier sombra que pudiera albergar en su interior.Era como asomarse a un manantial prístino, donde cada pensamie
Catalina clavó su mirada en su tío y, por primera vez en su vida, sintió que su mirada no lograba doblegarla. Ya no sentía aquel escalofrío de temor que solía paralizarla en su infancia.Él había perdido el poder de hacerla sentir insignificante e intimidarla con una sola ojeada gélida. La niña a la que había echado sin piedad a la calle era ahora una mujer fuerte y resiliente.Tampoco era la joven indefensa a la que había secuestrado y vendido como si fuera una simple mercancía, arrebatándole su dignidad y libertad. Las cicatrices del pasado aún estaban allí, pero ya no definían su presente ni su futuro.En su mirada firme, su tío solo encontró el reflejo de una mujer que había renacido de sus cenizas, más fuerte y decidida que nunca.—Tobías —susurró Francesco con una voz tan fría que parecía cortar el aire—. ¿Qué haces en este lugar? —preguntó, levantándose de su asiento con lentitud, pero con tensión en cada músculo.—¿No has oído lo que acabo de decir?—Tienes algo que es mío y h
—Ni se te ocurra pronunciar una sola palabra más, Praga, porque te juro por lo más sagrado que no saldrás con vida de este lugar —le aseguró Francesco, descargando otro golpe furioso en el rostro de Tobías.—¡Suéltame! No te atrevas a... —intentó replicar Tobías, pero sus palabras quedaron ahogadas por la rabia de Francesco.Una vez más, Francesco lo calló violentamente, propinándole un golpe tan fuerte que le reventó el labio y le empezó a sangrar abundantemente por la nariz, como si fuera una fuente descontrolada.—Déjalo marchar, Francesco. No merece la pena ensuciarte las manos por alguien tan despreciable como él —intervino Catalina con voz firme, apartando a Francesco del cuerpo malherido de su tío.Catalina cargaba con el peso de un linaje manchado, la sombra proyectada por la figura de su tío, un hombre consumido por el resentimiento y las actividades delictivas.Esta realidad era una espina clavada en su costado, una fuente constante de preocupación. No deseaba, bajo ningún c