Regresé a mi mesa con el corazón latiendo con fuerza, tratando de recuperar la calma tras aquel encuentro furtivo. Busqué a Jacobo entre la multitud, esperando verlo sentado junto a mis amigos, compartiendo risas y conversaciones triviales que me hicieran olvidar lo que acababa de ocurrir.
Él no estaba ahí.
Mi mirada recorrió la mesa con urgencia, buscando una señal de su presencia. Pero lo único que encontré fueron los rostros despreocupados de mis compañeros, sumidos en sus conversaciones y risas.
Di un paso hacia atrás, insegura, sintiendo cómo un escalofrío recorría mi espalda.
Y entonces, lo sentí.
Unas manos firmes se posaron sobre mis hombros, apresándolos con una fuerza calculada.
Un grito ahogado quedó atrapado en mi garganta mientras mi cuerpo se estremecía y daba un pequeño salto por la sorpresa.
Su toque no era violento, pero tampoco era dulce.
Sus dedos presionaban con suavidad… pero con un matiz de tensión apenas perceptible.
Era él.
—¿Te asusté? —su voz llegó a mis oído