Me sentía atrapada en un remolino de emociones que no lograba descifrar. Quizás siempre fui demasiado distraída, demasiado ajena a los detalles de mi propio mundo. Nunca había prestado atención a las pequeñas señales, a los rostros que se cruzaban en mi camino, a las historias que se tejían a mi alrededor… hasta ahora.
El silencio se instaló entre nosotros como una barrera invisible, una pausa necesaria para ordenar las palabras que se amontonaban en mi garganta. Finalmente, reuní el valor para preguntar, mi voz apenas un susurro:
—¿Qué pasó entonces con Rebeca y tú? ¿Cómo fue que dejaron de ser pareja?
Gabriel, que hasta entonces había mantenido una expresión relajada, endureció el semblante. Sus ojos, siempre tan enigmáticos, se tiñeron de una sombra de seriedad.
—Ella fue una buena pareja… hasta que llegué a tu ciudad —confesó con una calma inquietante—. Su insistencia en que regresara, el peso del compromiso… Me hicieron sentir atrapado en algo para lo que no estaba listo.
Sentí c