El avión tocó tierra con suavidad y sin contratiempos, como si la ciudad de México me recibiera con una respiración contenida, había vuelto a mi país después de todas las cosas que viví en España. El viaje había sido largo, sí, pero también curioso en su calma: esa clase de trayecto en el que el tiempo parece estirarse solo para permitir que uno piense mejor las cosas. Observe desde la ventanilla, el mundo se había reducido a nubes, luces lejanas y pensamientos desordenados que al fin tomaron forma conforme mas y mas los pensaba.Cuando por fin descendí del avión, con el cuerpo algo adormecido y la mente un poco más clara, me golpeó una verdad simple pero inquietante: no había avisado a nadie que volvería, no había avisado a mi hermano o siquiera a mi madre que estaría de vuelta. Nadie sabía que estaba en casa otra vez. Y por más que me dijera que era una decisión tomada con intención, ahora, con los pies firmes sobre el suelo de un aeropuerto que me era familiar, no podía evitar senti