Capítulo 4: ¿Dónde me llevas?

¿Qué habrá querido decir con eso? ¿Será que piensa que quiero volver a tener sexo con él? No tenía absoluta idea de nada, pero tampoco quería que pensase que me había subido a la moto para eso.

—¿Dónde me llevas? —pregunté curiosa y con cierto temor en mi voz.

—Acércate un poco más, Alexandra. —mencionó ignorando mi pregunta—. Tranquila, no te haré daño, nunca te haría daño. —susurró cerca de mi oreja una vez me acerqué con cierto temor en mi caminar.

El tono empleado en sus palabras, el choque de su aliento contra mi piel me hizo estremecer, cómo si estuviese sintiendo el roce de sus manos nuevamente, cómo si tan solo sus palabras lograran cierto efecto en mí y es que lo hacían, él lo sabía y se valía de eso.

—¿Cómo estás tan seguro de que no lo harías? —pregunté tratando de mantener una conversación y de que no notase lo que me estaba provocando.

—No puedo estar seguro, pero es lo que siento, nunca te lastimaría, Alexandra. —volvió a decir, esta vez eran mis huesos los que se sentían en completo hielo, en el instante mismo que sus manos tocaron mi cintura y me pegaron aún más cerca de él sentí que me desvanecería.

—¿Por qué repites tanto mi nombre? —pregunté nuevamente, su mirada penetrante me estaba llevando a un punto de no retorno, ¿Cómo podría perderme en unos ojos que apenas conocía?

—Porque tiene un significado; protector de hombres, ahora dime, ¿Te molesta de alguna forma? —preguntó con cierta suspicacia, negué.

—No, pero no recuer… —dudé en decir aquel pequeño detalle, yo no me acordaba de su nombre. Él sonrió burlón y me observó a detalle.  

—Soy Greco… Greco Morelli. —susurró en mi oreja provocándome cosquillas y sensaciones electrizantes enviadas desde mi pecho a todas las terminaciones nerviosas de mi cuerpo—. No se lo digas a nadie, cariño, es un secreto entre tú y yo. —agregó.

—¿Por qué? —pregunté sonriendo y mirando sus ojos color miel que parecían querer arrasar con todo lo que estuviese a su paso.

—Prefiero que las demás personas me conozcan por mi alias y no por mi nombre. —comentó.

—Ummm… —mencioné sin saber qué hacer. —¿Qué es lo que quieres hacer? ¿Para qué vinimos? —pregunté.

—Solo quería admirar el mar con buena compañía. —dijo subiéndome encima de unos barriles para cruzar la valla que cerraba el callejón, sonreí por la hermosa vista—. Lo sé, pudimos dar la vuelta, pero créeme, este camino fue mucho mejor. —agregó.

Caminamos juntos hasta la orilla del mar y nos sentamos en la arena a esperar que el sol se escondiese en el horizonte, tal como una película romántica, solo que esto no era una cita, simplemente estábamos escapando de la realidad.

Los minutos pasaron, el sol cayó y se escondió frente a nuestros ojos, una ola llegó hasta donde nos encontrábamos y mojé parte de mi pantalón y trasero, sonreí burlona de lo que me había pasado, Greco se me quedó viendo seriamente hasta que sonrió de lado, sin demostrar ninguna emoción, ¿Qué le estaba pasando? Tomó mi mano y provocó que me recostase sobre su hombro.

—Mira, Alexandra, un nuevo día acaba de morir y mañana, cuando el sol aparezca, traerá consigo uno nuevo se supone, ¿Cuántas personas crees que viven sus días así? Pensando que el sol volverá a aparecer y seguirán con sus monótonas y aburridas vidas, pensando que todo siempre será igual y que nada podrá arruinar su presente —susurró sin apartar la mirada de los últimos rayos de sol que aún se reflejaban en el cielo y mar.

—¿Qué pasó? —pregunté levantándome un poco—. ¿Qué te sucedió? —agregué.

—¿Por qué crees que me pasó algo? —preguntó levantándose de su lugar abruptamente, cómo si lo que pregunté le recordase algo que quisiera evitar. Sus ojos llameantes en resentimiento me miraron, sonreí tímidamente sin saber que estaba pasando—. Yo... disculpa, ¿Sí? No estoy acostumbrado a esto… pensé en voz alta, es todo.

—Está bien. ¿Crees que puedas llevarme a mi casa? —pregunté. El hombre que estaba a mi lado asintió y nos dirigimos hasta su moto, esta vez, por el paso de peatones, cosa que agradecí—. Estoy mojada, ¿No te importa? —pregunté.

—No, no me interesa. —mencionó con cierto desdén en sus palabras, ¿Qué había pasado con el hombre de hace unas horas?

Me sentí culpable por su actitud, por lo que para evitar su malestar me saqué mi chaqueta y la dejé en el lugar donde me sentaría.

—¿Qué haces? —preguntó—. Hace frío e iremos en moto, el aire chocará contigo y podrías enfermar. —agregó.

—Lo sé, pero no quiero que por mi culpa se ensucie tu moto. —comenté, tímida, cohibida, y con algo de temor en mis palabras.

—Mmm… —dijo frustrado—. Ten. —agregó entregándome su chaqueta, sin duda eso no era necesario—. Tómala, si te enfermas será mi culpa, no deseo verte enferma o llorando cómo hace horas, promételo. —dijo con autoridad.

—¿Qué cosa? —pregunté tratando de entender sus palabras, él sonrió mirándome con ternura… seguramente parecía una niña idiota.

—No vuelvas a llorar, tu rostro no merece ser empañado por lágrimas de tristeza que seguramente las provocó aquel idiota que te dejó ir. —mencionó el hombre que tenía a mi lado—. Promete que no llorarás por un imbécil y que no buscarás enfermarte. —agregó nuevamente.

—¿Cómo buscaría enfermarme? —pregunté con cierta ironía en mis palabras.

—Las personas tristes hacen muchas cosas de las que después se arrepienten, Alexandra. —mencionó en apenas un susurro que me estremeció por completo—. Ahora, no sigas reprochando y ponte esto. —dijo ayudándome a poner su chaqueta.

Nos montamos en la moto y condujo hasta la dirección que le había dado la última vez, no nos demoramos mucho, al parecer se sabía las calles perfectamente.

—Supongo que hoy tampoco me dirás dónde vives realmente. —mencionó sonriendo y sin apartar su mirada de la mía.

—Supones bien. —mencioné sonriendo de la misma forma que él lo había hecho—. Gracias por llevarme a aquel lugar, la verdad, sí necesitaba escapar de la universidad y de mi entorno regular.

—No te preocupes, ¿Nos veremos otra vez? —preguntó mirándome extraño, no supe descifrar en ese momento lo que era.

—Espero que sí. —susurré besando su mejilla y alejándome de él, mirándolo hasta que emprendió el camino con su moto y yo seguí hasta mi casa.

Entré sin hacer mucho ruido, no era para nada tarde, pero no quería dar las explicaciones de porque no había llegado hace horas después de la universidad, subí a mi habitación y me metí en mi closet a buscar mi pijama, por alguna razón todo mi cuerpo hormigueaba, ahora sabía el nombre del desconocido que había amanecido en mi cama, Greco.

Me di una ducha bastante relajante quitándome el frío del agua marina, sequé mi cabello y caminé hasta mi cama, mis ojos se clavaron en un punto muy específico «La chaqueta de Greco», dios mío, no se la había devuelto, ¡Ese hombre tiene que haber llegado muerto de frío! Y es que no lo veo poniéndose la mía, le quedaría muy ajustada.

—Greco Morelli… —susurré acostándome en la cama—. Ahora tenemos una excusa para volvernos a encontrar.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo