Capítulo 5: Greco Morelli

Greco Morelli

«Una delicada flor para la mujer más hermosa de esta tierra»

Así decía mi padre a mi madre cada que llegaba de uno de sus turbios negocios, los cuales luego me fueron heredados, la recuerdo tan sonriente y a la vez tan melancólica, cómo desearía poder pasar un día a tu lado madre querida, fue tan instantáneo el tiempo que pasamos juntos, más nunca lo disfruté enserio, pues pensaba que estarías conmigo la mayor parte de mi vida, por no decir que toda.

—Espero que sí. —susurró y después de eso, un beso… vaya, no lo esperaba para nada.

Un beso en la mejilla… nunca había sentido un gesto tan cálido en mi vida. Bueno, en realidad sí, así recordaba los besos de mi madre, cálidos, llenos de esperanza y cariño, aún en la sombra de la noche soy capaz de recordarla, alegre, sonriente, con su mirada perdida en el horizonte esperando ansiosa la llegada de mi padre, ocultando sus lágrimas cada que yo me acercaba y es que me costó varios años entender que toda la felicidad que transmitía era por mí, para que yo creciera siendo una buena persona, mi padre, en cambio, se esmeró por quitar todo rastro de la debilidad que mi madre había sembrado en mí.

El amor que me dio lo recuerdo cómo un destello fugaz que pasó por mi vida, un día estaba conmigo, amándome, llenándome de mimos y caricias, y de la nada me fui a dormir, sin despedirme de ella, enojado porque me había encerrado en mi cuarto sin imaginar el peligro del cual me protegía, debí darte un último beso, porque a la mañana siguiente de aquella noche tú ya no estabas, días después tu cuerpo fue descubierto por los hombres de mi padre.

Ultrajada, humillada, golpeada cómo nunca la había visto.

Mi padre barrió toda la ciudad dispuesto a encontrar al hombre que la había maltratado y orillado a tanto, la amaba, mi madre era su vida, la luz de sus ojos, pero perderla… eso lo destrozó y solo quedó un hombre frío, violento, lleno de odio y resentimiento que también comenzó a formarse en mi interior, el nombre del asesino llegó a mis manos hace un año exactamente, luego de que mi padre muriese por una enfermedad al corazón.

Esteban Guzmán, un ex—embajador de Estados Unidos, luego del crimen dejó su cargo y se dedicó a formar una empresa que nunca había ido en baja, era un magnate en su rubro, tenía una esposa y una hija adorada, Alexandra.

Seis meses planeé mi llegada a los Estados Unidos, teniendo que atender asuntos de mis propios negocios lícitos e ilícitos. Me excusé para meterme en la vida de los Guzmán, Alexandra… bueno, ella sería un daño colateral para llegar al verdadero pez que deseaba pescar en esta partida.

Tenía claros mis motivos para estar aquí, los motivos que tuvo mi padre para convertirme en todo lo que soy, él sabía perfectamente que superaría sus pasos en todos sus negocios y capacidades. 

—¿Qué haces, cariño? —preguntó Gianna acercándose a mí, ella era mi esposa, me casé con ella por mera conveniencia, supongo que es quién me recuerda a diario por qué no puedo enamorarme.

Le prometí a mi padre un nieto que nunca llegó, no por falta de sexo, Gianna es incapaz de tener hijos, en su lugar me dio la jugosa herencia de su padre al morir y la dinastía que él había creado, empresas conformadas legalmente para lavar los activos que mes a mes llegaban a mis cuentas bancarias.

—Organizo y planeo todo muy bien. —comenté—. ¿Qué tal la universidad? —agregué sonriendo y dejando que ella tocase mi abdomen cómo regularmente lo hacía.

—Estuvo bien, pero sabes que prefiero pasar mi tiempo contigo. —susurró en ese tono coqueto y seductor que me había encantado desde que la conocí, ella no es de rodeos, lo que quiere lo consigue, pero conmigo fue diferente, no soy su títere.

—Hoy no, Gianna. —comenté mirándola fijamente. Ella quería sexo, pero yo no. Las cosas eran claras y tampoco es que nuestra relación fuese muy devota a dios, eso no iba conmigo—. Puedes buscar a Rafael, tú hombre de seguridad. —agregué. Su mirada de terror me provocó una carcajada.

—¿Tú…? ¿Desde cuándo lo sabías? —preguntó ella en un tono curioso, pero tímido. —¿Por qué no habías dicho nada?

—No me interesa con quién te relacionas, Gianna, esto es así, este mundo es así, ¿Cuando me voy por las noches no se te pasa por la mente que estoy rodeado de muchas otras mujeres? Mujeres que despiertan en mi cama, una que tú y yo no compartimos. —pregunté.

—Sí… pero pensé que serías más celoso con… —mencionó, pero la interrumpí. Necesitaba que le quedase claro que entre ella y yo no existía algo más que un compromiso formal, no había amor de por medio y nunca existiría.

—Sí yo puedo hacerlo, tú también, querida esposa. —agregué sonriendo ampliamente para luego dejar caer mi amenaza—. Ahora ve y déjame terminar mi trabajo. Ah, Gianna, con discreción y lejos de la recamara que compartimos o me veré en la obligación de acabarlo. —dije.

—Entiendo. —susurró ella saliendo de mi oficina, no sin antes dejar un casto beso sobre mis labios.

Me quedé imaginando aquella noche con Alexandra, el fuego que desprendía su cuerpo era algo descomunal, sin embargo, no terminó pasando absolutamente nada, dejé que creyese que sí para que no me botara en el mismo instante en el que se dio cuenta de que amanecí a su lado y así excusarme para volver a encontrarla.

No soy fan de tener relaciones íntimas con mujeres que apenas se pueden su cuerpo debido al alcohol que consumieron, aunque debo admitir que esa noche el pensamiento se cruzó por mi mente, ella lo quería, lo deseaba, pero solo quedamos en unas simples caricias y roces que terminé parando minutos antes de perder el control sobre mi cuerpo.

Por otro lado, agradezco a su exnovio que la haya dejado, así mi camino para seducirla seguro será más fácil.

—Alexandra… dulce Alexandra, corre porque este diavolo acaba de encontrar a su ángel para corromperlo. —susurré sonriendo y pasando la lengua sobre mis secos labios, recordando la piel suave de su espalda, sus mejillas con aquel tono rojizo cada que me acercaba a ella o pronunciaba su nombre—. Vas a caer junto con tu padre, querida mía, eso te lo puedo jurar. —agregué.

Una llamada telefónica me hizo salir de mis pensamientos, se trataba de Raquel, mi prima.

—¿Sí? Dime. —pregunté con calma.

—¿Cuándo tendré el dinero que prometiste? —preguntó ella, se encontraba ansiosa, definitivamente tenía problemas.

—Querida primita, gracias por prometer lo que acordamos, ¿Pero no ves la hora que es? Deberías estar durmiendo. —mencioné sonriendo burlón, sabía que la ansiedad que sentía por volver a consumir no la dejaría en paz.

—Te dejé el camino libre con Alexandra, ahora dame lo que prometiste, sino créeme, le diré quién eres en realidad y que se mantenga lo más alejada posible de ti. —mencionó ella amenazándome.

—Revisa tu cuenta bancaria, allí está todo. —mencioné colgando la llamada.

Raquel era buena niña, un tanto ambiciosa cómo mi tío y sedienta de sustancias ilícitas que si no sabía controlar la llevarían a la ruina, tenía los ojos de mi madre, que a su vez fueron heredados de mi abuela, ella también había sido mi caballo de troya para llegar a Alexandra, sé que no me perdonará lo que sigue, pero a mí nadie me permitió recuperar o intentar salvar a mi madre, solo estoy saldando las deudas que mi padre no supo cobrar.

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