Desperté aún con sueño. Jelena estaba metida en su teléfono a mi lado. Se veía hermosa, vulnerable y fuerte a la vez.
—¿Qué hora es? —pregunté.
—Las cuatro de la tarde, dormilón —besó mi frente y mis labios, se detuvo allí más tiempo.
—Dios, debemos irnos.
—No, acabo de decir en mi casa que me quede en un hotel fuera de la ciudad porque quería pensar sola.
—Me asusta lo que se te da mentir. No Jena, bebe, estoy cansando, tengo muchas cosas que hacer, me ha encantado estar contigo, pero tengo cosas de las que ocuparme. No puedo desaparecer.
Su rostro reflejó decepción, me miró con seriedad.
—Creí que esto podía ser especial, pero solo es sexo y ya.
—No me quieras manipular nena, sabes que no fue solo sexo, pero no podemos extenderlo más allá de esto, lo sabes.
—¿Y si no me caso con Eitor? Ya no quieres la productora.
—Pero igual quiero el dinero que me corresponde, el que tu padre debió devolver a mi familia.
—Odio que duermas, te despiertas horrible.
Reí, me incorporé en la cama y la a