Camilo llegó a su casa cerca del mediodía, Rebeca ya estaba levantada, la casa la había ordenado como pudo, porque su mano seguía hinchada, y le dolía bastante.
Un exquisito aroma a café recién hecho se dispersaba por el departamento.
- ¿Cómo está Agustín?
-Con su madre, que lo sabe cuidar mejor que vos.
-Lo lamento, pero sabés que yo no le hice nada.
-Él dice lo contrario.
-Basta, estoy cansada de que me acuses por todo, en ningún momento estoy a solas con tu hijo, entonces vos debés saber cómo lo trato.
-No me hagás hablar, ni siquiera sabías cuantas cucharadas de azúcar le pone a su chocolatada, ni le preparás su comida favorita, y hasta tenés el descaro de decirle que se bañe antes de acostarse.
- ¿Me estás cargando?
Rebeca no comprende tantas exigencias de parte de Camilo, siente que su marido solamente quiere enojarse con ella y no le importa el motivo.
-Yo no soy adivina y muchos nos bañamos al acostarnos, otros lo hacemos al levantarnos, pero si un niño viene sucio de jugar a