Aaron
La paz fue un engaño, una mentira dulce y cálida anidada en el hueco de sus riñones. Una breve tregua en la guerra ardiente que nos habíamos librado.
Cuando vuelvo a abrir los ojos, la luz ha cambiado. La suave brasa del alba se ha consumido para dar paso a una claridad fría y exigente. Ya no acaricia, disecciona. Corta entre las lamas de las persianas como hojas, dibujando rayas implacables en el parquet, exponiendo sin vergüenza el campo de batalla que hemos hecho de esta habitación. Las sábanas, arrojadas en un montón, parecen trapos sucios. La botella de vino vacía, volcada sobre la mesita de noche, ha dejado una mancha púrpura, oscura y acusadora. Nuestra ropa esparcida son los restos de un naufragio que hemos provocado.
Y ella, Fleure… Su espalda está vuelta hacia mí. Un arco frágil y definitivo. En su sueño, o su simulacro de sueño, ha cavado un no man's land entre nuestros cuerpos. El espacio, apenas medio metro, es un abismo helado que la memoria de nuestro calor ya no