Las cláusulas del corazón
Las cláusulas del corazón
Por: Darkness
Capítulo 1 — La oferta

Fleure

Nunca había puesto los pies en un lugar tan… silenciosamente rico.

El tipo de silencio que cuesta caro. Donde cada paso sobre el mármol resuena como una falta. Donde las paredes huelen a viejo poder, cuero demasiado pulido y contratos firmados con copas de whisky de mil euros. Aquí, cada detalle grita la superioridad silenciosa de aquellos que nunca han tenido que contar.

Y yo, en medio de todo esto, con mi bolso desgastado, mis tacones usados y mi falda negra que plancho cada mañana para ocultar la fatiga de la tela… destaco.

Agarro las correas de mi bolso entre mis dedos, como si pudieran anclarme a algo. Algo real. Algo estable.

Pero nada es estable, nada lo ha sido en seis meses.

Desde que mi cliente principal me dejó sin previo aviso. Desde que mi cuenta bancaria no para de sangrar. Desde que mi proyecto de centro cultural, mi sueño, fue rechazado por falta de fondos.

Soy brillante, siempre me lo han dicho, creativa, visionaria. Pero ser una arquitecta talentosa no paga los alquileres en la ciudad cuando estás sola, joven y sin apoyos familiares.

Y hoy, estoy aquí, porque un desconocido me ha convocado. Un hombre demasiado rico para necesitar explicar nada. Un hombre que solo he visto en fotos, en revistas donde se habla más de sus conquistas que de sus proyectos.

Aaron Valesco.

El ascensor me dejó en el último piso. Directamente en la oficina. Sin secretaria. Sin pasillo. Solo una sala inmensa, acristalada, donde la luz acaricia las paredes de acero y vidrio, y a él.

Está sentado, solo. Detrás de un escritorio negro como una sentencia. Imponente. Inmóvil.

Apenas levanta la vista. Pero esa breve mirada, ese diminuto movimiento de párpado, me corta en seco. Como si me hubiera analizado en un abrir y cerrar de ojos. Desnudada. Clasificada. Etiquetada.

Frío, preciso, metódico.

— Fleure Monet, dice. Siéntese.

Su voz es calma. Demasiado calma. Se desliza sobre la piel como un guante de terciopelo sobre una hoja afilada.

Trago saliva. No me tiende la mano. No sonríe. No se levanta. Y, sin embargo, todo en él grita control. La arrogancia tranquila de aquellos que nunca han perdido.

Me siento lentamente. Mi vestido cae suavemente sobre mis muslos. Siento que sus ojos se detienen allí, por un suspiro. Luego regresan a mi rostro. A mis labios. A mis ojos.

Sé lo que irradio. Siempre lo he sabido.

He heredado las curvas plenas de mi madre, los pómulos altos y un tono dorado que atrae las miradas. Largos cabellos castaños, casi rubios, que siempre llevo recogidos en un moño desordenado cuando trabajo, pero que caen en cascada cuando los suelto. Mis ojos son de un verde extraño, profundo, que algunos llaman hipnótico, pero que nunca me han permitido evitar el descubierto bancario.

Mi belleza a menudo me ha valido propuestas… inapropiadas. Clientes demasiado seguros de sí mismos. Miradas insistentes. Pero nunca… nada como esto.

— ¿Sabe por qué la he convocado? pregunta.

— Honestamente? No. Pensé que era un error.

— No lo es.

Desliza una carpeta de cartón hacia mí. Un movimiento preciso, sin florituras. Dentro: un manojo de hojas gruesas, numeradas, selladas. Reconozco mi nombre. Y esta palabra:

Contrato de matrimonio.

— ¿Qué es esto? susurro.

— Una propuesta, de matrimonio.

Lo miro, aturdida. Por un instante, espero que sonría, que me ofrezca un vaso y me diga que es una cámara oculta. Pero nada. No hay una sonrisa. No hay un destello de ironía. Está grave. Serio. Glacial.

— ¿Está enfermo? murmuro.

— No. Soy pragmático.

Finalmente se levanta.

Y de repente, se vuelve… inmenso.

Un metro noventa de músculos tensos bajo un traje gris antracita cortado a la perfección. Una mandíbula esculpida. Una boca firme. Y esa mirada… negra, casi insondable. Como una tormenta contenida.

Emana algo poderoso. Peligroso. Un magnetismo bruto.

Rodea el escritorio, se acerca. Cada paso parece hacer vibrar el suelo bajo mis pies.

— Necesito estar casado antes del 10 de marzo, dice. Me quedan exactamente treinta días.

Trago.

— ¿Y usted se dijo que yo era… qué? ¿La candidata ideal para este circo?

— Su nombre es limpio. Su situación financiera, precaria. Su carrera merece una oportunidad. Y, sobre todo: usted es discreta. Lo que es exactamente lo que necesito.

Me tiende una hoja.

La tomo. Mis dedos apenas tiemblan.

— Un año de matrimonio, dice. Sin contacto físico. Sin sentimientos. Cláusula de confidencialidad absoluta. A cambio: sus deudas perdonadas, su proyecto financiado. Y un bono de 3,000,000 euros a la separación.

No puedo hablar. Mi corazón late demasiado fuerte. Mis pensamientos se agolpan. El apartamento con el alquiler atrasado. El crédito que el banco me ha rechazado. La mirada de mi padre cuando le dije que ya no tenía nada.

Y este hombre, aquí, que me ofrece todo… en una trampa dorada.

Baja la voz. Se vuelve casi íntima.

— Es un contrato, Fleure. No un cuento de hadas.

Pero en la forma en que sus ojos me miran, en cómo sus labios se tensan apenas como si retuviera algo, sé que miente.

No es solo un contrato.

Es una partida de ajedrez donde soy a la vez la reina… y la presa.

Y acaba de hacer su primer movimiento.

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