Donatello recorría la ciudad como un toro furioso. Sus guardias patrullaban cada esquina, cada callejón, la humillación le quemaba. Sus socios, los medios, todos hablaban del desastre, no descansaría hasta encontrar a Vanessa y hacer pagar a su hermano.
En un bar, se encontró con Vitto Santori, el hombre estaba igual de furioso, con los puños apretados, Vitto lo enfrentó sin dudar.
—¡Eres un inútil! —gritó— ¡No pudiste mantener a mi hija a salvo! La encontraré yo, y te juro que la alejaré de ti y de cualquier Damasco.
Donatello se le quedó viendo con desprecio.
—Haz lo que quieras, pero Vanessa es mía, y más vale que no te metas en mi camino.
Vitto dio un paso adelante, pero sus hombres lo detuvieron. Donatello se fue, dejando a Vitto con la rabia bullendo. No confiaba en él, pero sabía que ambos querían lo mismo: encontrar a Vanessa.
Mientras tanto, en la isla de Procida, en Sicilia, el ambiente era un caos. Dante y sus hermanos: Diego, Daniel y David, habían llevado a Vanessa, Sar