Verdades o mentiras (2da. Parte)
El mismo día
New York
Nicky
Dicen que las apariencias engañan, que no todo es blanco o negro, incluso las cosas más absurdas tienen una explicación coherente. Entonces, si no puedes confiar ciegamente en los hechos, tus instintos deberían ser la guía… o al menos, eso sería lo ideal. Pero nadie te enseña a confiar en lo que no puedes demostrar, ¿verdad?
Lo complicado es aprender a ver más allá de lo que se te presenta, más allá de las sonrisas perfectamente ensayadas, los gestos vacíos o las palabras bonitas. Porque tenemos esa maldita costumbre de aferrarnos a lo que podemos tocar, medir, controlar. Nos obsesionamos con las pruebas, con los datos, con lo tangible, olvidando —casi por conveniencia— lo que nos grita el corazón. Lo que no se ve, lo que arde por dentro, lo que a veces susurra en medio del silencio, lo descartamos.
Quizá es miedo. O quizás es que duele demasiado aceptar que aquello que presentíamos era cierto. Tal vez, en el fondo, preferimos engañarnos. Porque es más fáci