Capítulo 5

  Obtuve respuesta aunque no creía que iba a recibirla por lo molesta que sabía que se encontraba, conocía a quien me había gestado mejor que nadie y sabía todas las cosas que no iba a aprobar. Sin embargo mi madre me escribió una carta.

“Mi sol:

     Sí, estoy muy molesta y enojada por lo que hiciste y no quiero que tomes está carta como signo de mi perdón, te amo mucho pero no fue correcto que me desobedecieras de tal forma. Yo te necesitaba aquí, necesitaba que me ayudaras vendiendo esos panes. Tu abuela me intentó hacer entender de qué hacías lo correcto pero yo en verdad no puedo creer eso, jamás voy a creer que tenerte tan lejos sea lo correcto.

     Independientemente lo que más hace falta bajo este techo es tu presencia, el resto sinceramente poco importa.

     En fin Katrina, cualquier cosa que necesites cuenta conmigo, en lo que pueda llegar a ayudarte. Patrick lloró mucho, suele dormir en tu cama porque dice que aún le queda tu dulce olor, la abuela está contenta y se encuentra en buen estado de salud. Intentamos sobrevivir, escríbeme seguido.

Tu madre, Sam”

  Y un poco de emoción se apoderó de mí, habían pasado pocos días pero aun así ya los estaba extrañando, era la primera vez que me tocaba separarme de ellos durante tanto tiempo y era imposible no sentir esta añoranza por reencontrarlos, pero era momento de comportarme como la adulta que era. necesitaba mandarles dinero lo antes posible para que no tuvieran que sufrir falta de nada.

  La fiesta llegó al fin, esa fiesta en la que debía vestirme con esa ropa tan ridícula y linda al mismo tiempo, me puse también ese sombrero que me indicó. Había preparado muchos bocadillos: Pequeños sándwiches con pan muy esponjoso y suave, brochas con frutas y otras con carnes y verduras, también unos cupcakes y demás delicias, por alguna razón mis compañeras no sabían o no querían hacerlos. Por mi parte siempre me gustaba preparar cosas nuevas, en las cuales con el gusto que adquirían terminaba teniendo una suerte de principiante.

  Preparé una mesa hermosa, con todo ordenado de manera simétrica y por gamas de colores, el resto de las cosas las habían comprado y se veían realmente perfectas. Algunos manteles eran color salmón y otros de color fucsia, había grandes centros de mesa con grandes ramos de flores en jarrones de cristal, vasos finos y fáciles de romper, pequeños platos donde poder servirse la comida para alejarse de la mesa con mayor seguridad.

  No voy a negar con que la apariencia de la fiesta se veía estupenda: El clima que demostraba tenía algo especial y extraño al mismo tiempo, por alguna razón me hacía sentir que había mucho oculto debajo de tantos adornos y toda esta música.

  Las primeras invitadas llegaban en talla tan pequeña, niñas que hasta traían regalos grandes con papeles tan brillantes como nunca los había recibido de tal forma, tenía mucha suerte si los recibía envueltos en papel de diario, eran algunos de esos privilegios que nadie veía: Me hubiese encantado tener tanta comida que alcanzaría hasta para comer por dos o tres semanas, con tantos globos de estilo metalizado, tener gente que me sirviera aunque no me molestaría servir por mi cuenta, me gustaría haber tenido comida suficiente como para no preocuparme por dos semanas.

  Me puse ese vestido tan perfecto con tintes rosados y detalles en blanco, puse un leve brillo en mis labios y modelé un poco mis rizos para que no pareciera que tenía un desastre en mi cabeza, volví a atar mi cabello con un pañuelo color blanco para hacer juego con los déjales del vestido, hoy me sentía mucho más linda que otras veces.

  Y allí estaban jugando los niños, algunos corrían por el pasto, otros con los perros de la familia que me acompañaban mientras leía, otros saltaban en colchonetas y otros en juegos inflables, mientras no dejaban de tirar basura por todo el patio. De repente noté la presencia de los señores Campos quienes también hacían juego con la temática elegida por Samanta, Pablo llevaba unos pantalones anchos en la parte de abajo y una camisa ajustada a cuadros con los primeros botones desabrochados, se veía realmente guapo, tanto que mis compañeras de trabajo comenzaron a murmurar sobre su buena imagen.

  Comencé a reponer los bocadillos que faltaban y al poner un pequeño postre una mano rozó la mía, miré de inmediato luego de sacarla.

-Perdón -Dijo Pablo.

-Discúlpeme usted -Dije.

  Un poco avergonzada, me fui al costado de la mesa ya que había finalizado con mi tarea, mis compañeras iban limpiando el patio de los papes descartables que los niños tiraban.

- ¿Cómo estás? -Preguntó Pablo.

-Bien ¿Y usted? -Contesté sonriendo.

- ¿Cómo poder estar bien? No puedo pensar en nada más -Comentó Pablo.

- ¿Qué le pasa? -Pregunté preocupada.

-Por favor, no me trates de usted, que me haces sentir un viejo -Pidió Pablo.

-Está bien -Dije riendo.

  Se hicieron unos segundos de silencio en los que él suspiró y me miró a los ojos sonriendo.

-Te ves muy… -Comentó Pablo.

  Quedándose callado, sin saber si era por falta de palabras o por falta de confianza, la verdad era que mi corazón y mi mente se emocionaron por intentar saber lo que él pensaba sobre mi apariencia. Al ver que no contestaba decidí facilitarle las cosas.

- ¡Ridícula! -Exclamé y él rio.

-Te ves perfecta -Comentó Pablo.

  Volteé mi rostro lo más rápido que pude, mi cara se había puesto tan roja como un atardecer, no podía creer que me hubiera echo ese comentario, respiré profundamente e intenté volver a verlo.

-También te ves bien -Comenté.

  Él se rio y yo también me reí, él frotó las manos por su cara y volvió a sonreírme.

-Sólo tú puedes hacerme reír entre tanto dolor que cargo -Comentó Pablo.

  Me preocupé demasiado, ¿Qué le estaba pasando? ¿En qué estaba pensando? ¡Y sí! Me preocupaba un completo desconocido.

-Puedes confiar en mí si quieres hablar -Afirmé.

  Noté sus ojos llenarse de lágrimas que no caían. Me abrazó de costado apoyando su cabeza sobre la mía y la levantó a los pocos segundos, me generó una extraña sensación que jamás había vivido, de repente mi piel se puso como la de una gallina y mi corazón se había alborotado por más de lo que intenté calmarlo. Nunca alguien que no fuera de mi familia me había abrazado y realmente era una sensación distinta que venía de sorpresa, inesperadamente.

-Seguramente habrás pensado que esto es muy exagerado, que la mimamos demasiado -Manifestó Pablo.

-No, claro que no -Mentí.

-Claro que sí, todo el mundo lo piensa -Comentó Pablo- Pero todo es poco para ella, se merece el mundo.

  Entonces sí todo era exagerado, todo si era consentimiento sin razones. Mi familia se merecía el mundo pero esa no era razón para proporcionar una fiesta sin razón. Tal vez no debía juzgarlos, tenían el dinero suficiente como para gastarlo en lo que quisieran y si deseaban armar una gran fiesta con muchos bocadillos, podían hacerlo sin impedimentos.

-Hace dos semanas descubrieron que tenía leucemia -Murmuró Pablo en mi oído.

  Y ahí fue cuando sentí que la sangre se me volvió hielo, la piel se me volvió a erizar y mis ojos se tornaron borrosos por exceso de agua en ellos, se me pasó por mis recuerdos a Patrick, la posibilidad que esperaba que nunca llegara de que fuese él quien estuviera en ese  lugar, también llegó el recuerdo de mi padre Richard, sus últimas palabras que habían sido para mí, verlo tendido en esa cama por dos meses por su leucemia.

  Samanta no merecía esto, no merecía pasar por quimioterapia siendo tan pequeña, no merecía ninguna cosa que la dañara.

Quería que la tierra me tragara por haber prejuzgado tanto esta situación, no quería pensar en lo peor porque es lo último en lo que se debería pensar, pero era totalmente consciente de que tal vez no podría disfrutar de tantas fiestas más, porque así era esta m*****a enfermedad: Un big bang, que ante el más pequeño estímulo podía explotar.

-Si la donación de médula no funciona deberemos recurrir a la quimioterapia -Contó Pablo.

-Por lo menos tienen donante -Argumenté positivamente.

  Y recordando nuestras búsquedas desesperadas que no encontramos para salvar a mi padre, la cantidad de gente generosa que se había ofrecido era increíble aunque lamentablemente no eran compatibles: No acepta el más mínimo margen de error. Recordé cada una de las lágrimas de mi madre por cada prueba que resultaba negativa, cada una de mis lágrimas también.

  Cada noche que dormí en los pasillos de un hospital para no encontrarme sola entre las cuatro paredes de mi casa, o cada una de las veces que cuidé a Patrick cuando tan solo era un pequeño niño que sólo pensaba en jugar porque mi madre no podía encargarse de él y mi abuela tampoco podía La prioridad era mi padre y estaba bien, ninguno quería perderlo. Sabía claramente que era una carrera contra el reloj, que corría más rápido que los minutos de un día, que avanzaba cada segundo con la amenaza de poder acabar con todo en cualquier instante, como si fuera una bomba con los segundos cronometrados, en donde por tocar la más mínima pieza de manera erronea podría acortarse aun más.

-Lo lamento mucho -Murmuré.

  Al no recibir respuesta y yo ya no poder aguantar mi llanto más me fui a la cocina con la excusa de buscar más comida. Escondí mi rostro entre mis brazos mientras no dejaba de llorar, todo se me movilizó de nuevo, cada segundo de lo que había vivido, nada era lo mismo sin él, lo necesitaba tanto, a mi gran amigo, mi gran confidente, mi padre.

- ¿Kat? -Preguntó Pablo.

- ¿Qué pasa? -Pregunté sollozando.

  Respiré hondo, limpié mis lágrimas con mis manos rápidamente y me paré.

-Ya volveré a trabajar, discúlpeme -Insistí.

-No hace falta -Afirmó Pablo.

  Se acercó a mí, sujetó mis hombros y me miró a los ojos.

- ¿Qué pasa? -Preguntó dulcemente Pablo.

-Recordé cosas dolorosas, ya van a pasar -Argumenté.

-También estoy para escucharte cuando quieras -Aseguró Pablo.

  Se hizo una pausa, realmente no quería seguir guardándome esto y aunque creía que no le interesaba mi historia quería que entendiera que en verdad sabía en lo que pensaba, sentía lo que siente, soñaba con lo que sueña y que sobre todo lo entendía como ninguna otra persona. Porque simplemente se te cae el mundo cuando la persona que más amas corre riesgo de morir.

-Te entiendo perfectamente -Murmuré sollozando.

- ¿De qué hablas? -Preguntó confundido Pablo.

  Mientras rodeaba con sus manos mi cabeza haciendo que suba la mirada.

-Sé lo que es esperar, sé lo que es ver pasar a la persona que más quieres por una quimioterapia, sé lo que es esperar por un donante que no llega, sé lo que es no poder dormir por la cantidad de lágrimas que salen -Comenté molesta- Por eso te entiendo perfectamente, es lo peor del mundo, que le llega a las personas más buenas y que menos se lo merecen para enseñarnos que cada día de nuestra vida puede ser el último, que todo en un segundo se puede derrumbar.

- ¿Quién fue? -Preguntó llorando Pablo.

  Sentí esa empatía, la vi con mis propios ojos frente a mí, su labio temblando anunciando más llanto y angustia, tomé su rostro de la misma manera dándole en bandeja esa confianza que creía que él necesitaba recibir para poder desahogarse. Sabía que era necesaria, me hubiese gustado abrazar a tantos extraños cuando a mí me había pasado solamente para desahogarme, pero nadie entendía ese dolor. Pablo dirigió sus manos hacia mi cintura para abrazarme sin dudarlo un segundo más, escondió su nariz en mi cuello, sentí sus lágrimas en mi cuello, ya nada sería igual entre los dos.

-Era mi padre -Confesé.

- ¿No hubieron donantes? -Preguntó Pablo.

-Perdí la cuenta de los que se ofrecieron, pero lamentablemente ninguno era compatible -Conté e hice una pausa- Además, había que pagar para que buscaran un poco más y aun así, la gente pedía mucho dinero a cambio, hubiera vendido hasta mi riñón con tal de salvarlo.

-Tienes razón, la vida es injusta -Comentó Pablo e hizo una pausa- Sé que Samanta se salvará, yo soy compatible pero ese miedo nunca se va.

-Me alegro por Samanta, por el gran hermano que tiene -Afirmé.

  Seguimos abrazados por unos pocos segundos más, luego cada uno limpió sus lágrimas. Yo sonreí y él me imitó.

-Necesitamos que su fiesta sea perfecta -Argumenté.

  Y tomé un par de cosas en la bandeja, me lavé la cara en la canilla de la cocina y él también lo hizo. Todo ya estaba bien, el llanto aliviaba todo, eso era lo bueno. Me sentía muy triste por Samanta y ahora entendía al fin sus razones, el por qué hacían por ella lo que hacían, los consentimientos, los lujos. Pero esto sería pasajero y todo estaría bien en uno o dos meses, cuando se aseguraran todos de que el trasplante había funcionado y ella estaría en realidad sana. Comenzamos a caminar hacia el jardín de nuevo.

- ¿Samanta sabe que le donarán médula? -Pregunté.

-No queremos que le afecte, no dejaremos que sepa -Contestó Pablo

- ¿Cómo lograrás eso? -Insistí sorprendida.

-No lo sé, supongo que le daremos un calmante, además se impresiona mucho con las agujas -Comentó Pablo.

  No estaba de acuerdo con ocultárselo, pero yo no era quien para decir si eso estaba bien o mal pero si estuviera en esa situación con Patrick, creo que lo pensaría un poco y terminaría mintiendo, aunque supiera que no sobreviviría.

  No dejaba de ponerme en su lugar, simplemente no lo podía evitar.

-Hay diez por ciento de probabilidades de que se salve -Sentenció Pablo- Y este método es un noventa y cinco por ciento seguro.

  No podía evitar conmoverme, mi padre tenía cincuenta por ciento de probabilidades de salvarse y aun así no lo había conseguido, algunos compañeros con quince por ciento se salvaban y otros con ochenta tampoco lograban conseguirlo, aunque la mayoría si lo conseguía, sabían celebrar haciendo sonar fuerte una campana y eso hasta era motivo de alegría para mi padre: Hubiera dado muchas cosas porque él también la consiguiera hacer sonar.

-Debes ser fuerte -Sugerí- Pero todo va a salir bien.

-Muchas gracias por escucharme -Agradeció Pablo.

-Gracias a ti -Respondí.

  Continué sirviendo, no podía evitar ver a Samanta y ver todo lo que le pasaba, ver la palabra “cáncer” como si la tuviera grabada en la frente, en los brazos y en sus venas, como si con cada respiración la volviera a eliminar de su cuerpo. Era tan pequeña y debía enfrentarse a la batalla más dura, con uno de los más difíciles de tratar, el que podía llegar a todo el cuerpo.

  Suspiré y seguí, debía dejar toda esta movilización para cuándo nadie me viera.

  La fiesta terminó, las invitadas se fueron cerca de las ocho de la noche, limpiamos todo el jardín mientras todavía teníamos luz y cuándo no la tuvimos brillantes luces nos alumbraron, iluminaban tanto que parecía que eran las dos de la tarde. Samanta estaba muy contenta por su celebración, tanto que lograba contagiar esa alegría a todos.

  Se hizo la noche y todos se fueron a dormir, yo también lo hice luego de tomar un baño relajante. Lloré mucho, como hace mucho no hacía y eso me dolía, me dolía la situación de la pequeña.

  La mañana se hizo de nuevo, mis ojos estaban hinchados y mis ojeras bien marcadas, traté de disimularlo hasta que lo logré. Me puse mi uniforme de fin de semana y empecé a trabajar como todos los días, barrer, trapear, ordenar las cobijas de las camas con sus respectivos almohadones, ya llevaba dos semanas trabajando en este lugar, dos semanas conociendo a esta familia, cada día volviéndome más amiga de Pablo, quien era realmente una gran persona, tan dulce y amable con todos. Conociendo más al señor Juan, quien sabía que se levantaba de mal humor como Samanta, que amaba mis crepés, y que era muy amable también. Y por último la pequeña de la casa, que lamentablemente era un poco caprichosa, que todo lo que quería lo podía obtener sin más. A mis compañeras poco las conocía, casi ni cruzábamos palabras y las pocas veces que lo hacíamos solo las escuchaba quejarse de su bajo sueldo cuando para mí era mucho más de lo que esperaba, pues lograba ganar lo de tres meses en uno, además de que me brindaban ropa, comida y un techo, ¿De qué se estaban quejando en todo caso? Aunque ellas era muy raro verlas dormir aquí. Con Samuel me llevaba muy bien.

  Trabajábamos sólo diez horas por día, con algunas excepciones en el caso de que llegaran visitas o se brindaran fiestas, cinco horas por la mañana y otras cinco por la tarde acercándose a la cena, mi madre solía trabajar catorce horas diarias y hasta a veces no le daban tiempo para comer, ni hablar de que no le daban ningún aperitivo. Lamentablemente se quejaban de cosas que no vivieron, porque no eran injustos, porque no eran explotadores, si daban un sueldo justo además de un muy buen trato.

 Me dieron mi primera paga, eran como ochocientos panes, jamás había visto tanto dinero junto, estaba realmente contenta de poder enviárselo a mi madre, me quedaría con un poco por las dudas de que los necesitara, lo equivalente a cincuenta panes.

“Mamá:

   Te mando mi primer sueldo, espero puedan vivir un poco mejor con esto. No te preocupes por mí, que yo también me he quedado con un poco, en cuanto pueda iré a visitarlos, ¡Los extraño mucho! Y esto solo será temporal, espero conseguir lo suficiente como para volver. Cuéntame, ¿La abuela está bien? ¿Y Patrick? ¿Y tú? Mis días son tan distintos sin tener que prepararles el desayuno, sin servirles la cena, a mi vida le falta su luz, esa luz tan inigualable que llenaba mis días y que nadie puede reemplazar.

     Compra un poco de carne para que a nadie le falte nada, compra también esas uvas que Patrick tanto ama y consiente por favor a la abuela con algún chocolate, también compra algo que te guste, por favor, por mí, trataré de mandar más en cuanto pueda.

     Los amo para siempre y los extraño mucho, besa a Patrick por mí y abraza a mi abuela en mi nombre, espero pronto no tener que pedirte que lo hagas por mí. Te abrazo a la distancia.

Tu hija, Katrina.”

  Era temprano, se lo mandé lo antes que pude, esperaba que al menos pudieran comer un poco de carne como hace tanto no lo hacíamos, yo tenía el lujo de poder disfrutarlo un poco más seguido por más sobras que fueran. No importaba.

  Aproveché que Pablo y Samanta estaban encargándose del trasplante que le salvaría la vida a la niña, se lo veía tan nervioso antes de salir, sus manos se movían inquietas y Juan tampoco estaba tranquilo. Transpiraban a pesar de que no era tan intenso el calor, querían llorar aunque supieran que no iba a pasar nada malo, era definitivamente un mar de emociones que era difícil de controlar y que a su vez lo hacían perfectamente.

  Verlos de ese modo me recordaba a mí misma y a mi familia también, en el momento que me anunciaron la patología de mi padre entendí que era momento de comenzar a ser grande, que mi etapa de niña debía terminar para poder hacerme cargo en parte de mi familia, ayudar a que nada les faltara, ni pan ni agua, se lo debía mi padre, así como anotarme como donante voluntaria de médula ósea, como lo hice ni bien cumplí mi mayoría de edad.

-Al fin llegas -Comentó Samuel.

- ¿Perdón? Pedí permiso para enviar una carta -Comenté.

-Debes limpiar la sala lo más rápido posible, llegarán visitas a almorzar -Contó Samuel.

-Está bien, yo me encargaré -Dije rápidamente.

  Me cambié lo más rápido que pude y comencé a limpiar la sala mientras tarareaba suavemente una canción que me gustaba.

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