Capítulo 6

Querida mamá:

     Ya llevo un poco más de dos meses sin verte, dos meses largos e intensos que se vuelven más tediosos y extensos si no los tengo conmigo, a mi lado. No te puedes dar una idea de lo mucho que extraño tus besos, tus abrazos, como también los de Patrick y los de mi abuela. En unos días me han dado permiso para verlos, ya falta menos, hasta he conseguido pagar el pasaje aunque solo pueda quedarme dos días.

  Te envío el dinero que tengo, espero que te sea de ayuda.

Los ama siempre, Katrina.”

  Fueron dos grandes meses, no había tarde en la que no tuviera tiempo de leer bajo ese gran árbol en el jardín que siempre me brindaba su frescura excepcional, no había día en el que no tuviera una ducha caliente y en el que no me relajara con la misma, ¡No había día en el que no tuviera agua caliente con tan solo abrir una canilla!

  Todos los días podía tener ropa limpia y perfumada, ningún día tuve que lavar ropa con mis manos por más que no me molestaba hacerlo, las grietas de mis manos poco a poco se iban recomponiendo y la suavidad se iba apoderando de mi piel paulatinamente. Siempre tuve un plato caliente y sabroso de comida como mi madre también decía que los tenían: No había un mismo plato para comer dos días seguidos cuando a veces teniamos que deleitarnos con lo mismo durante una semana.

  Todo marchaba cada día mejor, para mí y mi familia, podía mandarles el dinero suficiente y podía ganar mucho más que vendiendo panes por la calle, sin hablar de que me cansaba mucho menos, realmente su bienestar era todo lo que me importaba, era lo único que me importaba en esta vida.

  Con Pablo nos volvimos grandes amigos, solía prestarle libros y una vez que los leía discutíamos sobre ellos, no reíamos mucho juntos y era increíble que inclusive conociéndonos poco nos lleváramos tan bien. Cada día me parecía más jodidamente atractivo pero tenía que centrarme en que tan solo era el hijo de mi jefe y quien nunca me había demostrado intenciones más allá de una amistad 

  Con Samanta nuestra relación también mejoró bastante, solía peinarla antes de que se vaya a la escuela, estaba tan sana y tan llena de vida. Y con Juan solíamos desayuna juntos cada mañana ya que ambos éramos los únicos que nos levantábamos temprano.

  Preparé el desayuno: Crepés con mermelada y café, serví la mesa para los dos como ya se estaba volviendo costumbre.

-Buenos días Kat -Dijo Juan.

- ¡Buenos días! -Saludé.

-Cocinas tan bien, estás mal acostumbrándome -Comentó Juan y me reí.

-Puedo dejar de cocinarle -Argumenté.

- ¡Jamás! Preferiría comer esto todos los días -Dijo Juan y nos reímos.

  Terminé de servir y me senté frente a él, comenzamos a desayunar en ese silencio característico de las siete de la mañana.

-Es increíble como en tan poco tiempo eres con quien todos nos llevamos mejor -Comentó Juan- Tus compañeras llevan años y sin embargo es muy raro que hablemos como lo hacemos contigo.

-Supongo que es porque no estoy acostumbrada a cómo debe comportarse una sirvienta -Contesté.

-No al contrario, me agrada que seas así, que te demuestres tal como eres -Insistió Juan.

  Tal vez él tenía razón, desconocía como una sirvienta debía comportarse pero la verdad era que no tenía privilegios con respecto a mis compañeras y hacía lo mismo pero también formaba amigos.

-Cada día me sorprendes más, en verdad -Dijo Juan e hizo una pausa- Debo despertar a Samanta o se le hará tarde para ir al colegio.

  Juan se levantó de la mesa y se dirigió al cuarto de Samanta, yo cambié el plato para que ella desayunara con su padre, todo estaba muy bien con su salud y eso solo era motivo de alegría, todos aprendieron que la vida se vivía en momentos y que cualquier día podía llegar a ser el último. Ambos bajaron a desayunar.

- ¿Podría salir a enviar una carta? -Pregunté.

- ¿Pero vas a peinarme Kat? -Preguntó Samanta.

-Volveré a tiempo, no te preocupes -Respondí.

  La oficina de correo cerraba una hora antes de que terminara de trabajar y era cuando más movimiento había, debía aprovechar estos momentos.

-Ve Kat, no te preocupes -Dijo Juan- En su defecto tendré que peinarla yo.

- ¡No por favor! -Exclamó Samanta- Vuelve a tiempo, te lo suplico.

  Los tres reímos, yo me despedí y tomé la carta para enviarla, la oficina quedaba a unos diez minutos caminando.

-Quisiera mandar está carta -Dije.

- ¿Señorita Katrina Domínguez? -Preguntó la señora.

-Sí, soy yo -Contesté.

-Hay una carta para usted -Afirmó ella.

  Se levantó de su lugar y fue a buscarla, yo me quedé esperando un poco asustada. A los pocos segundos volvió y me la entregó, era de mi madre resultándome muy extraño, generalmente había una carta por otra y era mi turno de responderla, además decía que era urgente en el sobre, eso me preocupo mucho más.

- ¿Va a enviar su carta? -Preguntó la señora.

-Sí, solo escribiré algo más -Contesté.

  “Recibí tu carta pero aún no la leo”, eso fue lo que escribí como pos data. Pagué lo que debía y me dirigí lo más rápido que pude a la mansión para cumplir la promesa a Samanta y para poder leer eso tranquila.

   Llegué, Samanta ya estaba cambiada y solo faltaba su peinado, la carta en mi bolsillo seguía inquietándome bastante.

- ¿Qué peinado quieres? -Pregunté.

-Una cola de caballo alta -Pidió Samanta.

  Levanté su pelo de a poco mientras la iba peinando, noté que tenía un lunar del lado izquierdo en su nuca, lo toqué un poco como si con eso logrará que se fuera, tenía el mismo lunar que yo y jamás lo había notado, exactamente en el mismo lugar y con la misma textura, ¡Eran idénticos!, era impresionante.

- ¿Qué pasa? -Preguntó Samanta.

  En ese momento volví en mí y terminé de atarle su cabello.

-Nada linda, me quedé pensando -Contesté e hice una pausa- Ya estás lista.

- ¡Muchas gracias Kat! -Exclamó Samanta.

  Ella se fue corriendo y yo me tomé el atrevimiento de sentarme en su silla y leer esa carta que mi mamá decía que era urgente.

“Katrina, mi sol:

     No te asustes que todos estamos bien, hace una semana llegó una notificación para ti pidiéndote que te presentes como donante de médula ósea en la ciudad, es para una niña pequeña a la cual su trasplante no funcionó y resultaste compatible. Dijeron que te presentes con tu nombre y te darán todos los detalles. Lamento no haber avisado antes, le notificaron a la abuela pero ella no quiso decírmelo por miedo a que algo malo te pasara, y a decir verdad yo también tengo miedo, han vuelto a buscarte y es por eso que te aviso.

Te ama, mamá.”

  No lo podía creer, al fin tenía la posibilidad de devolverle la memoria a mi padre y eso no tenía precio alguno, tendría la posibilidad de salvar a una niña pequeña, con toda su vida por delante, y de esa forma mi padre para mí viviría un poco más, de nuevo.

  Cuando terminé mi turno en el que no dejé de pensar ni un segundo en lo que la carta decía, no dejaba de retumbar en mi cabeza, me dirigí al hospital central para buscar información sobre esta misión que ahora tenía, para cumplir la promesa que le había hecho a mi padre.

  Caminé despacio, de todas formas nadie me apuraba aunque el reloj sabía que se estaba apurando para ella, no quería que se enteraran en la mansión, no quería ni que esos padres supieran que donaría médula ósea para su hija, porque las buenas acciones no tienen por qué ser alardeadas a pesar de que a mi madre siempre le gustaba resaltarlas argumentando que necesitaba mi reconocimiento, quizá tenía razón pero la verdad eso poco me importaba.

  Llegué bastante nerviosa, sentía que era una forma de volver a conectar con mi padre y en verdad lo extrañaba mucho, quería sentirlo conmigo una vez más. Cuando llamé al timbre me hicieron pasar de inmediato.

-Vengo por la donación de médula ósea -Anuncié.

- ¿Vienes a hacerte las pruebas? -Preguntó la enfermera.

-No, yo ya soy donante -Afirmé- Me llamo Katrina Domínguez, me han avisado desde mi pueblo que debía presentarme aquí.

-Déjame buscar, que no recuerdo haber leído tu nombre -Comentó ella.

  Comenzó a buscar mi nombre en una computadora a través de mi número de documento de identidad, presté atención a esa pantalla, quizás me diría el nombre de la niña. En un momento seleccionó mi nombre y me miró.

-Aquí está, llamaré al doctor -Comentó la enfermera.

  Una vez que ella cruzó la puerta y la cerró yo me acerqué a ver ese monitor, tenía escrito mi nombre completo, mi fecha de nacimiento, mi número de identidad, mi domicilio en mi pueblo, también los antecedentes en salud de mis padres y decía el de mi padre. Un poco más abajo y escrito con letras mayúsculas la persona con la cual era compatible y necesitaba de mis células madre, no llegué a leerlo porque entraron de prisa los médicos, me asustaron y pegué un salto hacia atrás.

- ¿Señorita Katrina? -Preguntó una doctora.

-Sí -Respondí sonriendo.

-Si está dispuesta a donar debemos comenzar el tratamiento de inmediato -Dijo la señora Zárate.

-Claro que si -Afirmé sin dudarlo.

-La familia aun no lo sabe y están viniendo en camino, son gente de dinero y estoy segura de que pagarán todos sus gastos -Comentó Zárate.

  Son gente de dinero, pero yo no, yo no tenía el dinero suficiente para pedir que buscaran más allá de donde vivía, yo no tenía el dinero para pagar un pasaje y que alguien venga para ello, tampoco tenía un gran banquete que servirle como agradecimiento. Sin embargo hubiese estado a su disposición por el resto de mi vida aunque me tocase dedicarme a ser su esclava personal. No quería nada porque lo único que quería jamás lo tendría: Que no fuera tan costoso buscar a quien le hubiera podido salvar la vida a mi padre, haber podido conseguirle uno a tiempo cuando al tiempo se le acortan los segundos.

-No quiero nada, ni que sepan mi nombre -Insistí.

- ¿Estás loca? -Preguntó la enfermera e hizo una pausa- Es decir estoy segura que te darían una vida de lujo por el resto de tu vida.

-No quiero nada -Repetí- Me da igual su dinero o su pobreza porque no voy a cobrarles nada.

  ¿Cómo cobrarles? Así fuesen dueños de la mitad del mundo, yo era pobre y lo continúo siendo, no podía pagar una donación, ¡Y sí! ¡La gente tiene en su cabeza esa idea tan ridícula de que tiene el derecho a cobrar por algo que podría salvarle la vida a otra persona! Dinero, dinero y más dinero, era lo que la mayoría buscaba pero para mí eso no importaba, no quiere decir que no existan también personas que piensen como yo, solo resalto que la mayoría no echa a perder estas oportunidades, yo ni siquiera lo estaba considerando como tal.

- ¿Cómo se llama la niña? -Pregunté sin más.

-Beatriz Samanta Campos... -Contestó.

- ¿Qué? -Pregunté callándola.

 Y un balde de agua fría cayó sobre mi cabeza, ¿Samanta? ¿La misma Samanta que hoy por la mañana había peinado para ir al colegio? ¿A la misma que Pablo abraza cada día? ¡No lo podía creer! Esto debía ser un error.

  Me quedé en silencio por un momento tratando de asimilar la bomba que me habían tirado encima y que había explotado frente a mis ojos, era esa niña de pelo dorado que sonreía y reía a carcajadas, era esa noticia que esperaba su familia sobre que se había recuperado, ¿Y ahora que hago con todo el peso que tengo en la espalda?

- ¡Tiene que haber un error! -Exclamé.

- ¿La conoces? -Preguntó la doctora Zárate.

- ¿Quién es su padre? ¿Quién es su madre? ¿Dónde vive? ¡No puede ser mi Samanta! -Pregunté angustiada.

  Mis ojos se llenaron de lágrimas en ese momento, era una realidad que prefería no estar viviendo. Toda la ciudad los conocía, no podrían errar al contestarme. Quería que todo fuera una mentira, una broma de pésimo gusto pero terminaron por confirmarme lo peor.

-Es hija de Giuliana Campos y Juan…

-Pero no -Dije callándola de nuevo- No puede ser, ayer mismo vi como corría, no le pasaba nada, está feliz, ¿Cómo puede tener leucemia de nuevo?

  Me senté en un asiento que estaba ahí llevando las manos a mi rostro como si las mismas pudieran detener el dolor que sentía en el centro de mi pecho, no lo podía creer. Quería gritar, quería correr pero estaba a solo un paso de caer en el abismo.

-Tranquila señorita, la familia vendrá ahora y se pondrá muy contenta de ver que una conocida suya será la donante de su hija -Propuso la doctora Zárate.

- ¡Jamás! -Exclamé.

- ¿Se arrepintió de donar? -Preguntó la enfermera.

-Si voy a donar pero ellos no pueden saberlo -Pedí e hice una pausa- De lo contrario no le donaré nada.

  Ellas se quedaron pensando por unos segundos, seguramente pensando que estaba desaprovechando una gran oportunidad de mi vida para conseguir dinero. No me importaba, no dudaría ni un segundo en poder salvarle la vida a alguien ni mucho menos a Samanta, pero mi identidad debía continuar en anonimato.

-Está bien -Aceptó la doctora Zárate.

-Acompáñeme -Pidió la enfermera.

  Una inyección, que debía repetirla durante una semana para estimular a mis células hematopoyéticas a que produzcan más de lo normal para ser transferirlas a alguien que ya no podía producirlas. Aún estaba en shock y no podía parar de pensar en todas las imágenes felices que tenía de ella, las sonrisas que le presencié, las risas, ya no importaban los malos ratos, no importaba nada de lo malo. Todos los días deseaba que “cáncer” solo fuese un signo zodiacal y no ese fantasma que asusta a tantos, ese que deben vencer.

  Salí de esa sala rápido y mientras caminaba hacia la salida tuve la mala suerte de encontrarme con Pablo y Juan.

- ¿Katrina? -Preguntó Juan.

-Hola -Contesté e hice una pausa- Estaba de regreso para la mansión.

-Nosotros vinimos a ver los resultados de Samanta -Comentó Juan- Si nos esperas te alcanzaremos.

  Un nudo se apretó en mi pecho, quería acompañarlos en este momento tan difícil porque sabía cómo se sentía pero al mismo tiempo no podía soportarlo, además de que corría el riesgo de que supieran la verdad.

Me sentía más triste que nunca, quería que todo esto sea una m*****a pesadilla, solamente rogaba porque mi médula al fin lograra salvarle la vida. que esta vez el tratamiento funcionara y sus porcentajes de supervivencia aumentaran completamente.

- ¿Estabas llorando? -Preguntó Pablo preocupado.

-No -Negué despreocupada.

-Pero si tienes los ojos hinchados -Insistió Pablo.

  Pensé durante unos pocos segundos, debía elegir la excusa correcta.

-Bueno, vi a un familiar que hace mucho no veía, eso es todo -Mentí.

  En el fondo se escuchaba a un médico llamándolos.

-Acompáñanos por favor -Pidió Juan.

-No creo que sea lo correcto -Argumenté.

- ¡Vamos! Queremos que seas la primera en escuchar las buenas noticias nuevas, ¡Nos dirán que la pesadilla terminó! No puedes perdértelo.

  No quería entrar pero tampoco quería decepcionarlos, ¿Cómo les explicaba que me dolía que se enteraran de que su hija de nuevo tenía cáncer? ¿Cómo les explicaba que ya lo sabía antes que ellos? Entrar era una forma de asegurarme de que no le dirían quien era la donante pero ¿Y sí lo hacían? ¿Qué debía decir en caso de que pasara eso? Después de todo esto lo hacía para no tener trato preferencial sobre nadie. Lo había decidido, no entraría.

-Ya tenemos que entrar -Comentó Juan.

  Uno se puso de cada lado y empujando mi espalda me hicieron entrar y cerraron la puerta. Ya no tenía escapatoria alguna, ¿Cómo podía irme sin dar explicaciones coherentes? ¿Cómo podía escapar de esta situación? No tenía más remedio que sentarme junto a ellos y tener que soportar ver como su sonrisa se desvanecía.

-Bienvenidos -Dijo un doctor apellidado Sáez e hizo una pausa- Pablo, Juan y…

-Katrina -Me anuncié.

-Sí, es una amiga de la familia -Afirmó Pablo.

  Entrar en estas cuatro paredes me parecía totalmente lúgubre: Sabía lo que significaba, entendía lo que se sentía y solo lograba que quisiera escapar de toda esta situación que comenzaba a abrumarme poco a poco. Traté de mostrarme en calma pero la verdad era que tenía un lío de emociones dentro luchando entre si por mostrar cual tenía el turno de manifestarse.

-Queríamos que más gente sepa la buena noticia -Dijo Juan.

  Mis ojos se llenaban de lágrimas las cuales intentaba que no cayeran, era difícil afrontar esto, las imágenes de mi padre en sus últimos días no abandonaban mi cabeza con cada palabra que seguían pronunciando, se quedaban como un ancla haciendo presión desde el centro de mi corazón pidiendome que no renunciara a todo esto, aunque nunca hubiera tenido las intenciones de eso.

- ¿Te sientes bien? -Preguntó Pablo.

-Sí, sólo que mi familiar me recordó a mi padre, es todo -Mentí.

  Se hizo una pequeña pausa donde el doctor Sáez volvió a verlos seriamente.

- ¿Han notado comportamientos fuera de lo habitual en Samanta? -Preguntó Sáez.

  Esa era la misma pregunta que a mi madre le habían hecho la primera vez y que seguramente a ellos antes también le habían hecho.

- ¿La notó más agotada o fatigada? -Agregó Sáez serio.

-Hay días en los que tiene mucha energía y en otros no tanto pero supongo que era normal por lo del tratamiento -Comentó Juan.

-Pero no comparado con lo que tenía antes -Insistió Pablo.

-Entiendo -Respondió Sáez.

  Mientras en la planilla estaba anotando un par de cosas.

-Voy a ser franco -Dijo Sáez.

  Mientras mis manos temblaban como gelatina poco firme mientras al sostenerse entre sí fingían que podrían pasar de ser percibidas, mis labios anunciaban llanto con leves tiriteos, disimulé lo suficiente como para que esta vez ellos no lo notaran, mi garganta tenía un estambre con muchos nudos, mi pecho se presionaba en el centro, ¡Era una simple niña! ¡Podría estar Patrick en su lugar! ¿Por qué les llegan estas cosas a personas que no se lo merecen?

-Los resultados no fueron los que esperábamos -Sentenció el doctor e hizo una pausa- Lo lamento, es muy raro que el tratamiento falle pero en este caso pasó.

-Pero, entonces puedo volver a donar y así ella podrá superarlo al fin -Planteó confundido Pablo.

  Y pasó lo que creería que pasaría: Vi su sonrisa desaparecer, vi sus ojos conmoverse, el dolor que ya vivieron al enterarse por primera vez y este mismo potenciado porque no lo habían logrado vencer teniendo noventa y cinco por ciento de probabilidades de superarlo, ese dolor que debía irse y que decidía quedarse aferrado como un niño sediento a una botella de agua, necesitábamos calmar esa sed.

- ¿Cómo es posible? Si había probabilidades casi completas de que se salvara -Insistió Juan.

-Lo sé, pero es algo que raras veces pasa. La donación de Pablo sirvió pero no fue suficiente, aparentemente se generó rechazo -Contó Sáez.

-Donaré de nuevo, todas las veces que sea necesario hasta que funcione -Propuso entusiasmado Pablo.

-No podemos arriesgarnos a que el cuerpo de Samanta vuelva a rechazar tus células madre -Dijo el doctor.

- ¿Y entonces? -Preguntó molesto Pablo- ¡Arriesguémonos! Quizá ahora no lo rechace, no podré ver a mi hermana mal.

  Todo esto me destruía un poco más, mi plan era estar de nuevo en contacto con mi padre pero la verdad era que esto me estaba destruyendo más de lo que me reconstruía, los entendía perfectamente, cada una de sus lágrimas.

-Entiende Pablo, el rechazo sólo permite que el cáncer avance -Explicó el doctor.

- ¿Y qué hacemos? Dígame por favor -Suplicó Juan.

-Hemos encontrado un donante, que vive en un pueblo un poco lejano -Contó Sáez.

- ¿Quién es? Haremos lo imposible por traerlo, le daremos el dinero que pida -Respondió apresurado Juan.

-La donante ya comenzó el tratamiento hoy por la mañana -Afirmó el doctor.

- ¿Quién es? ¿Dónde está? ¿Dónde se hospeda? -Preguntó Pablo.

  Y en ese momento rogaba que de su boca no se le escapara nada que le diera indicios de que yo era quien donaba, cerré los ojos apretándolos un poco, pidiendo al universo que no digiera nada.

-Ella no pide nada y tampoco quiere revelar su identidad, fue su condición -Afirmó el doctor Sáez.

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