Capítulo 4

  Jamás en mi vida, en ninguno de mis veinte años, había degustado comida tan deliciosa como la que había en este lugar, me tocaban comer restos pero eso en verdad no me importaba, realmente no importa cuando a veces no te toca comer más que un pedazo de pan junto con una taza de té lavado. Ya se había hecho la mañana siguiente, Pablo y Juan no estaban en la casa y Samuel cuidaba de Samanta en la cocina mientras yo limpiaba.

- ¿Cómo te llamas? -Preguntó Samanta.

- ¿Yo? -Respondí confundida.

-Sí, tú -Afirmó la pequeña.

-Me llamo Katrina -Contesté.

-Katrina, quiero pedirte disculpas, mi padre me hizo entender que mi reacción fue muy exagerada -Dijo Samanta- ¿Podrías perdonarme?

-Está bien, te perdono Samanta -Afirmé sinceramente.

  Se hicieron unos segundos de silencio, yo terminé de guardar un par de cosas que tenía entre mis manos en el cajón de la alacena.

- ¡Tengo tanta hambre que creo que se me van a notar los huesos! ¿Podrías prepararme un postre, Katrina? -Pidió Samanta.

- ¿De qué tipo? -Pregunté.

-Alguno rico que lleve chocolate -Pidió Samanta.

  ¿Y ahora que hacía? Si jamás había cocinado algún postre, el que solía hacer eso era mi padre quien intentó enseñarme pero al mismo tiempo no me dejaba tocar esas preparaciones, que de por cierto eran muy simples. Pensé durante unos segundos más pero aun así no se me ocurría nada.

-Hay un libro con recetas de postres en el primer cajón -Comentó Samuel.

-Gracias, intentaré hacer algo -Contesté.

  Busque la receta que me pareciera más fácil y que menos cosas llevara aunque eso sea irrelevante para ellos, no les molesta desperdiciar dinero en cosas que no son necesarias, no les molestaba gastar en excesivos lujos cuando algo sencillo resultaba suficiente. Puse ingredientes en un bol y comencé a batir con un batidor de mano.

- ¡Pero por Dios! ¿Por qué no usas la eléctrica? -Preguntó Samuel.

- ¿Qué cosa? -Pregunté sin entender.

-La batidora eléctrica -Respondió Samuel.

    El mayordomo se levantó y de un mueble sacó un artefacto extraño con dos utensilios de metal los cuales encastró en lo primero que sacó, lo enchufó en un toma corriente, lo bajó hacía mi preparación y comenzó a batir, salté hacia atrás del susto y Samanta se rio un poco.

- ¡No te asustes! -Exclamó riendo Samuel- Ya aprenderás a usarlo y todo será más fácil. Tómalo.

  Agarré ese artefacto del mismo lugar del que Samuel lo tenía agarrado, la mano me temblaba tanto por las vibraciones que recibía de esa máquina.

-Cuando quieras pararlo, tan solo vuelve la perilla para atrás -Explicó Samuel.

-Entiendo -Afirmé.

  Estaba realmente concentrada en lo que estaba haciendo, corroboraba que llegara a su punto correcto con una cuchara adicional, hacía tanto ruido que no lograba escuchar lo que hablaban detrás mío, tan solo esperaba que no me estuvieran hablando a mí, ¿Cómo era que soportaban un ruido tan intenso como este? No dejaba de aturdirme ni un solo segundo.

  Y en verdad tenía toda la razón del mundo, ¡Era muchísimo más fácil usar una batidora eléctrica! No se me habían cansado los brazos en ningún momento. Era un privilegio de ricos.

- ¡Katrina! -Gritó Pablo.

  Estando muy cerca de mí, me di vuelta de inmediato un poco asustada sin darme cuenta de que había levantado los batidores con la máquina encendida y una pasta viscosa en ellos, vi detenidamente como su cara se ensuciaba con esa masa como su camisa. Mi boca se abrió de inmediato por la sorpresa y solo me quedaba pensar que este tipo de cosas no sucedían cuando se ocupaba la fuerza humana.

- ¡Apágala! ¡Apágala! -Gritó Samuel.

  En ese momento volví en mí, giré las perillas que había olvidado que estaban encendidas. Samanta y Samuel comenzaron a descostillarse de risa y yo sólo quería que la tierra me tragara, definitivamente me terminarían despidiendo.

- ¡Lo lamento mucho! -Exclamé.

 Seguramente con mi rostro tan rojo como un tomate, dejé el bol y la batidora sobre la mesada. Pablo se limpió con sus manos ambos ojos para poder abrirlos.

-Creo que no estás lista para usar batidora, Kat -Comentó riéndose Samuel.

-Iré por una camisa limpia, lo siento tanto -Dije apenada.

  Comencé a caminar deprisa hacia la zona de lavado, donde había visto camisas limpias y planchadas, Pablo me estaba siguiendo.

-La blanca está bien -Dijo Pablo.

  La comencé a buscar, la desdoblé y sacudí un poco.

- ¡Lo siento mucho! -Insistí.

-Ya me pediste muchas veces perdón -Contestó- No debí hacerle caso a Samanta de asustarte.

  Se terminó de desprender la camisa y apenas me había dado cuenta, había pasado todo tan rápido y terminé topándome al hijo de mi jefe sacándose esa camisa y conseguí ver todo su abdomen con los músculos bien marcados, su espalda ancha, sus clavículas resaltando en su cuello. Me tapé de inmediato con la camisa para no verlo y que lo tomara a mal. Aunque por dentro, deseara que esa camisa fuera más transparente de lo era.

- ¿Qué haces? -Preguntó riendo Pablo.

-Cámbiese tranquilo, yo no lo veo -Contesté avergonzada.

-Pero necesito esa camisa -Contestó riendo.

  Tapé mis ojos con una mano y arrojé la camisa hacia él, provocando que él se siga riendo. Pasaron un par de segundos en los que no me moví ni un poco.

-Ya puedes ver -Dijo Pablo.

- ¿De verdad? -Pregunté.

  Separando un poco mis dos para ver si todo estaba bien y él ya estaba cambiado. Pablo estaba muy serio y con cara de enojado, yo volví a apenarme de nuevo, entrelacé mis dedos al frente de mi cadera agachando la cabeza, los ojos se me llenaban de lágrimas sin que nadie dijera nada y faltaba tan poco para que desbordaran que ya no podía contenerlas, necesitaba ese dinero y había hecho algo muy malo. Pablo comenzó a reírse bastante y en ese momento me relajé bastante y también me reí un poco.

-Un accidente lo tiene cualquiera -Dijo amablemente Pablo.

  Realmente me sorprendí por sus palabras, al fin las lágrimas cayeron, después de todo no podía ver nada con ellas en los ojos.

-No Kat, no llores -Pidió Pablo.

  Se acercó a mí y limpió con la yema de su pulgar mis lágrimas un poco absurdas, sus dedos eran tan suaves como porcelana.

-Lo siento -Dije.

- ¿No era que no debías pedir perdón por ser como eres? -Preguntó Pablo- Discúlpame por asustarte de esa manera.

  Sonreí en ese momento, Pablo volvió a pasar un dedo por mi cara limpiando algo y se lo metió a su boca.

-Me debo ir, rico postre -Comentó Pablo.

  Se fue de inmediato saludando y lo saludé, lavé mi cara un poco antes de volver, respiré hondo frente al espejo intentando calmarme un poco, después de todo no era tan grave lo que había pasado. Ahora no podía sacar su imagen de mi cabeza. Volví a la cocina a terminar ese postre para Samanta.

- ¿Y dónde está el postre? -Pregunté.

-Yo lo he terminado, lo metí al horno -Contestó Samuel.

-Gracias -Dije.

  Se hubiese arruinado si nadie lo metía al horno, fue bueno que lo hubieran hecho después de todo. Continué limpiando, lavé la camisa de Pablo, ordené los cuartos. Todo había quedado reluciente.

  Más tarde, a eso de las cinco de la tarde estaba Pablo sentado en la cocina con la pose clásica del pensador, yo me fui directo a hacer lo que me correspondía.

-Ha llegado el momento -Comentó serio Pablo.

- ¿Disculpa? -Pregunté.

-Es hora de abrir esos cocos y ver quién ha acertado -Contestó Pablo y me reí.

- ¿De verdad? Ya no importa -Insistí.

-Dices tener la razón y yo también digo tenerla -Argumentó Pablo- Además puedo ganarme la oportunidad de ganar y que me dejas algo.

- ¿No era un reto? -Pregunté.

-Buenos, un reto -Respondió Pablo.

  Lo pensé por unos segundos. Por alguna razón que desconocía me sentía tan a gusto con él, sentía que lo conocía desde hace años, como si fuese un amigo muy cercano de mi infancia al cuál no le recordaba el rostro, o su voz, o algo, sabía que no lo conocía de antes pero sentía una confianza muy similar a la que se obtiene luego de una amistad de años. Era algo inexplicable, sentía que podría abrazarlo y terminaría siendo algo normal y al mismo tiempo correspondido.

  Estar con él se sentía como cuando comes tu chocolate favorito: La liberación de endorfinas que te genera es tan grande que simplemente quieres más, quieres seguir teniendo esa droga en tu sistema.

-Está bien -Acepté- Tú primero.

-Primero las damas -Dijo Pablo.

-Por favor, deseo disfrutar mi victoria -Argumenté- Si el coco que elegiste está en mal estado y lo hemos confirmado me sentiré muy contenta porque confío en lo que he elegido.

  Pablo se rio ante mi absurdo argumento, cambió el coco que tenía en sus manos mostrándome la marca que él le había hecho en la tienda. Lo cortó lentamente haciendo sonidos de suspenso con su boca causando que me ría.

-Podría escucharte reír todos los días -Murmuró Pablo.

- ¿Perdón? No te escuché -Mentí.

-Que tenías razón, este coco está feo -Aclaró Pablo.

  Puse mis dos brazos extendidos hacia arriba y comencé a saltar como un conejo dando vueltas en mi eje.

- ¡Lo sabía! -Exclamé.

-Ahora falta el que has elegido -Dijo Pablo.

-Tranquilo, sé que se encuentra en buen estado -Admití.

  Pablo volvió a hacer el mismo alboroto que hizo al cortar el suyo.

- ¿Y, ya vas a decirme que gané? -Pregunté.

  Pablo hizo los mismos gestos que yo: subió sus dos brazos y saltó de la misma forma que yo logrando que en verdad me ría, se veía muy ridículo de esa forma, ¿Acaso yo también me veía así al hacerlo?

- ¡Tu coco también está feo! -Exclamó Pablo.

- ¿Qué? No puede ser -Contesté sorprendida.

  Y me acerque a aquella fruta para constatar que se encontraba en la misma situación que el otro, logrando que ponga una gran cara de decepción.

- ¡He ganado! -Exclamó Pablo.

-Hemos perdido -Contesté.

-Ahora los dos tenemos derecho a reclamar algo -Insinuó Pablo.

-La lección aquí es que hemos gastado dinero en vano, para solo encontrar frutas podridas -Comenté.

-La lección aquí, es que las apariencias engañan -Afirmó Pablo.

  Y en ese momento me di cuenta de que nos estábamos comportando como dos niños en verdad, bromeando y riendo, discutiendo por algo sin sentido y alegrándonos de ello.

 -Debo volver a trabajar -Dije entre risas.

-Lo sé, y yo debo preparar mi parcial -Comentó Pablo.

  Me dirigí a la sala de estar, comencé a limpiar los muebles mientras cantaba en un tono muy bajo, casi en un susurro, no podía evitarlo, la música era parte de mis hobbies favoritos, era parte de mi vida. Terminé rápido, terminé también mis tareas del día, ahora las mismas se sentían un poco más livianas por hacerlas. Tomé un libro de mi cuarto y me fui bajo ese gran árbol que tenía el jardín, me senté cómodamente y me dejé llevar por esas líneas con historias maravillosas. Mientras tanto dos de los perros de la mansión se sentaron a mi lado, uno se acomodó apoyando su cara en mi pierna derecha y el otro permaneció un poco más alejado, se quedaron descansando junto conmigo.

  Más tarde tomé un baño muy relajante y luego me fui a dormir, había sido un día lleno de risas y eso sin duda hizo que valiera la pena. Poco a poco me acostumbraba a este ritmo de vida, en el que debía atender a otros en el tiempo que quisieran y no cuando yo estaba disponible.

  Los siguientes dos días fueron bastante normales y casi que no hablé con los miembros de esta familia, por alguna razón que no entendía parecía que se encontraban en su mundo y sin la voluntad suficiente para socializar. También me ayudó eso a poder hacer las cosas a una mayor velocidad y tener más tiempo de calidad para mí.

  Eran las seis de la mañana, no había dormido mucho por la noche por falta de sueño, decidí preparar crepé para el desayuno, además deseaba comerlos hace mucho, puse los ingredientes y preparé un poco, solo esperaba que no se enojaran por prepararlos.

  Estaba cantando en un tono lo demasiado bajo como para no despertar a nadie. Nuevamente me encontraba centrada en lo que estaba haciendo aunque sin aquella arma asesina que llaman “Batidora eléctrica”.

-Kat -Nombró Juan- No esperaba verte despierta.

  Me sorprendí, nuevamente estaba bastante concentrada, creo que debía acostumbrarme a qué era normal que en esta casa me asustaran o sorprendieran, de lo contrario no sabría decir con certeza si mi corazón iba a poder aguantar tanto.

-Perdone, no podía dormir y me puse a cocinar -Manifesté.

- ¿Estás haciendo crepé? -Preguntó Juan emocionado.

  Yo afirmé con mi cabeza y le ofrecí los que estaban sobre un plato ya hechos.

- ¿Acaso te das una idea de cuánto deseaba comer esto? Hace meses, nadie sabe prepararlos bien -Comentó Juan.

  Sonreí en ese momento, tenía bastante miedo de que me regañara por usar ingredientes para comida que no me pidieron. Los señores Campos eran gente muy buena que no les importaba tanto el dinero o al menos esa era la impresión que me daba, y me agradaba. Había conocido a tanta gente adinerada y con tan poco corazón, me enteré de que ellos hasta colaboraban en una fundación anónimamente ya que había llegado una carta de una institución agradeciendo por su gentileza, el señor Juan la había leído en voz alta. Era gente que en verdad valía la pena.

-Mi difunta esposa Giuliana preparaba siempre, era una de las pocas cosas que no le dejaba hacer a las sirvientas -Contó Juan.

-Puede probarlas, quizá no son tan buenas como espera -Argumenté.

-Lo dudo -Contestó Juan.

  Tomó una con su mano y la comenzó a comer, sus ojos se cerraron y podía notarse como le buscaba todos los diversos sabores que creía que podría encontrar.

- ¡Está delicioso! Y eso es un gran problema -Comentó Juan.

- ¿Y eso por qué? -Pregunté confundida.

-Por dos simples razones: Te pediré seguido y eso hará que suba de peso, y la segunda razón es que no querré que te vayas de esta casa, solo para que me prepares crepé -Argumentó Juan.

  No pude evitar reírme un poco mientras continuaba cocinando.

-Te noté cantar -Comentó Juan.

  La vergüenza volvió a apoderarse de mi por lo que intente no entablar demasiado contacto visual con él.

-Debe estar confundido -Dije.

-No, cantas precioso -Insistió Juan.

-Gracias entonces -Respondí.

-Mañana por la tarde daré una fiesta en la casa, necesito que todo esté perfecto, será en honor a Samanta por petición de ella, será algo sencillo -Contó Juan.

  ¿La pequeña niña pidió una fiesta? ¿Y se la proporcionan? Podría quejarme de que la están consintiendo demasiado, que nadie necesitaba una fiesta sin razón alguna pero en realidad me hubiese haber vivido lo que ella estaba viviendo, una gran fiesta en un gran jardín, con muchos globos de colores y ropa fina que vestir.

  Mis padres sólo habían podido festejarme dos cumpleaños en toda mi vida, y esos dos días fueron los más felices de mi vida, no tenía más que 5 globos decorando una pared, un par de guirnaldas hechas por las manos de mi madre, un peinado hecho por mi padre, un vestido nuevo cocido por mi abuela, y por más de que los niños que me rodeaban me presumían todos los lujos de sus fiestas y eso me entristecía mucho, mi familia me hacía ver que yo ya lo tenía todo, y eso era verdad aunque quizá cuando tenía menos edad no lograba entenderlo.

-Nada es poco para mi niña -Argumentó Juan angustioso- Hornéale el pastel que desee, me ha comentado que le ha gustado mucho el postre que le cocinaste ayer.

  En el momento en el que mencionó eso recordé el incidente con Pablo y la batidora por lo que no pude evitar que se escapara una pequeña risa.

- ¿Qué pasó? ¿De qué ríes? -Preguntó Juan.

-Disculpe, recordé un chiste -Conté e hice una pausa- Prepararé todo lo que deseen.

-Deberías dormir un poco, aún es temprano -Argumentó Juan.

  Un poco de sueño se estaba apoderando de mí luego de haber comido un par de crepés, el efecto de la glucosa estaba rindiendo sus frutos. Decidí ir a intentar dormirme y lo conseguí, el señor Juan tenía razón.

  Me volví a despertar cerca de las ocho, me volví a poner el uniforme: Los días lunes, miércoles y viernes se usaba uno marrón, los martes y jueves uno color beige, mientras que los fines de semana debíamos vestirnos de negro, supongo que Giuliana lo había dispuesto de ese modo o al menos eso creía. Sabía que para esa fiesta debíamos vestirnos mejor y no con uniforme.

  Cerca de las cinco de la tarde salimos dos empleadas más y yo junto con Juan y Samanta a una tienda del centro para poder buscar la ropa que Samantha quería que usaramos, aunque me pareciera una exageración.

- ¿A dónde vamos? -Preguntó una empleada.

-Voy a elegirles su vestido, porque estoy absolutamente segura de que ninguna de ustedes tiene buen gusto -Argumentó Samanta.

 Y cada vez que algún comentario de ese estilo salía de su boca no dejaba de pensar en lo mucho que la estaban malcriando, ¡Estaban formando a una niña tan altanera! Que iba a llegar a tener un estándar tan alto que ni ella podría cumplir, nadie tenía derecho a elegir la ropa que debía usar y seguía sin entender el motivo de consentirla tanto y sin razón aparentes, solo por su gusto.

  Mi mamá me había enseñado que tras grandes sacrificios se obtienen grandes recompensas, y a pesar de que mi recompensa valía muy poco para muchos, para mí lo valía en verdad: Dos días sin tener que amasar pan y un sabroso alfajor de chocolate, de la marca de menor precio, pero aun así me sentía privilegiada, además de tener en claro el orgullo que era para mis padres.

  Llegamos a una tienda, ni muy fina ni tampoco tan corriente, para mí era como un gran palacio con tanta ropa como con la que soñaba, a pesar de que habían las suficientes probabilidades de que aunque tuviera dinero, no lo usara tanto para esto. Samanta entró corriendo como si fuese lo último que fuera a hacer en la vida y como si solo tuviese segundos para lograrlo.

  Había tanta ropa exhibida en las paredes tantos estilos enmarcados con nombres que nunca había escuchado en mi vida, había percheros con vestidos largos de todos los colores y con un brillo excepcional. Todas estas prendas eran realmente hermosas.

-Está vez serán vaqueras -Anunció Samanta.

  Comenzó a buscar vestido tras vestido, arrojando a una mesa aquellos que no eran de su agrado, se terminó decidiendo por uno que se lo dio a una de mis compañeras, luego eligió otro para la siguiente y llegaba mi turno al fin.

- ¡No encuentro nada! -Exclamó Samanta.

-No es necesario Samanta -Dije- Tengo un par de vestidos nuevos y puedo usarlos, o en su defecto me quedaré en la cocina para que no me vean vestida así.

-La fiesta es para que todos la disfruten -Argumentó dulcemente Samanta.

-Tengo algo especial -Comentó la vendedora- Acompáñame Samanta.

  Ambas se fueron, yo en verdad no quería nada, no me parecía necesario para ocupar en un solo día, pero bueno, como yo no gastaba el dinero no tenía por qué quejarme, yo sabía que aunque lo tuviera no lo haría.

  Me llamaron para que fuera a otro lado del local, fui despacio y observando toda la linda ropa con detalle, la ropa que podría comprar algún día para mi madre y mi abuela, también quizá para Patrick. Me dieron un vestido fucsia el cual me probé: Tenía un lindo escote redondo, con pollera campana y de varias capas, cortaba la cintura con un color blanco que finalizaba en un moño sobre la cadera del lado izquierdo. Lo acaricié rodeando mi cintura hasta terminar en el doblez con una guarda blanca.

  Se amoldaba tan bien a mi cuerpo que parecía que había sido fabricado unicamente para mi cuerpo, me demarcaba cada una de las curvas y me hacía resaltar una belleza particular. Me hacía sentir una mujer bonita.

-Me ha encantado -Dije frente al espejo con una sonrisa.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo