CAPITULO 2

Perspectiva de Crisia

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Mis poderes son un desperdicio, una burla. Eso es lo que siempre ha dicho mi padre y yo también lo creo.

A pesar de que una adivina predijo que yo podría alcanzar los mismos poderes que mi madre, no soy capaz de hacer más que un pequeño fuego para cocinar unos peces que los guardias trajeron en la mañana para que desayunara.

No puedo hacer pociones más que destilar extracto de pétalos de rosa y hojas de menta para peinarme y cepillar mis dientes.

Lo único que me hace un poco notable es que puedo sentir el alma de todo lo que me rodea. El riachuelo, las gallinas, los soldados a unos metros y el carruaje que se acerca.

La mujer que baja del vehículo está llena de una magia idéntica a la que impregna cabaña, en cuanto me ve puedo sentirla como mariposas que revolotean en mi dirección y tengo que afianzar bien mis piernas para no caer.

—¿Princesa, Crisia? —pregunta dirigiéndome una mirada que me hace sentir como si estuviera de nuevo en las clases con mi institutriz—. Soy Gofel, me destinaron a escoltarla hasta el colegio.

—¿Qué clase de colegio es? —pregunto cuando las dos estamos sentadas dentro y los caballos emprenden la marcha.

—Lo sabrás cuando lo veas —dice tranquilamente y después nos quedamos en silencio.

Me contengo de suspirar. Me doy cuenta que en este reino no hay nadie dispuesto a esclarecer mis dudas. Lo único que hace esta mujer es darme más curiosidad. Por más que intento verle la cara ella se gira más al lado contrario para ver por la ventanilla del carruaje.

No dejo de pensar que me resulta familiar, su cara me recuerda a un tiempo muy lejano de alguna forma.

Seguimos andando por la ciudad. La gente sigue recelosa al salir de sus casas, aunque exista una tregua, solo unos pocos se aventuran a acudir al llamado de la campana de una iglesia.

El colegio está en la punta este de la ciudad, al principio pienso que hemos vuelto al palacio, pero me doy cuenta que ese castillo enorme es la escuela.

La muralla que atravesamos para llegar tiene un encantamiento fuerte de protección que me deja traspasar sin problema, como si estuviera dándome la bienvenida.

En cuanto bajó me llama la atención el campo que rodea la escuela. Hay un grupo de personas con el uniforme de los soldados imperiales, pero este es de color verde. Uno de ellos corre cinco metros a toda velocidad hacia uno de sus compañeros, veo que resopla como un caballo y en el último instante proyecta una de sus piernas directo al pecho del otro. Contengo la respiración cuando escucho el quejido en el momento en que aire abandona sus pulmones por el golpe.

Parece que soy la única sorprendida.

—Una escuela militar —exclamo sin pensarlo.

Gofel lo ha visto todo también y me pide que la acompañe dentro de las puertas del castillo.

—Si. Digamos que es un poco como una escuela militar —confiesa mientras caminamos por un pasillo solitario que termina en una cámara con una estatua en el fondo.

—¿Por qué el rey quiere que este aquí? —pregunto aún sorprendida.

—¿No piensas que el entrenamiento militar sea adecuado para una reina?

—En ese caso, ¿por qué no se casa con unos de esos soldados en lugar de mí?

La escucho resoplar conteniendo la risa. Eso solo me desconcierta más, porque me resulta aún más familiar cuando sonríe.

El sonido de risas rebotando por la cúpula de la sala nos distrae. Una fila de niños de no más de ocho años aparece por una de las puertas y pasan sus manitas por la inscripción de la estatua al pasar para tener suerte. Llevan una versión en miniatura del traje de soldados con botones de cobre en los sacos y en los puños de las mangas.

La estatua mide más de diez metros y está esculpida en piedra de una forma curiosa. No tiene el mismo rostro plano y triste que tienen la mayoría de los monumentos, ella parece estar sonriendo directamente a la persona que lo está viendo. Sonríe directamente a mí.

—¿Entrenan a los soldados desde que son niños? —pregunto a Gofel escandalizada.

—No —responde conteniendo la risa de nuevo—. Todos en Roth tienen derecho y la obligación a la educación. No importa quienes sean, todos aprenden desde niños sobre la historia de Roth, sobre la ciencia y la economía. Cuando cumplen quince años son libres de dedicarse a la profesión que desean o de unirse a los cargos del reino.

Eso es una novedad para mí, mi padre siempre procuro que la educación fuera para los altos mandos en el reino, no para los granjeros y comerciantes.

—¿Incluso las futuras reinas deben educarse? —pregunto, aunque ya se la respuesta.

—Incluso si eres la única —se ríe libremente esta vez.

No sé cómo termine en lo que se considera el nivel 0. Gofel me hace tomar clases de historia con los niños de ocho años. La maestra es un hada que revolotea por el salón con una gran sonrisa. Nunca antes había visto a una de su especie. Había escuchado que tienen afinidad con los niños, por no decir que los cautivaban tanto que se les hace imposible no prestar atención a su clase.

Creo que solo les ocurre a los niños, yo me distraigo con cada pequeña cosa en el salón de clases. Los dibujos pegados por las paredes, los armarios repletos de chucherías y materiales, incluso las caras de los estudiantes. Sus redondas y tiernos gestos me hacen darme cuenta de lo sola y aislada que estado los últimos años.

Cuando nos dan una pausa para ir al comedor me quedo atrás por vergüenza a que los demás en la escuela se enteren que la futura reina esta tomando clase con niños. Me escondo detrás de la estatua hasta que no hay nadie para salir corriendo hasta el campo que vi que rodeaba el lugar.

Me escondo por el lateral de los escalones que conectan el exterior con la entrada y me tumbo sobre el pasto.

Tal vez no fue la mejor idea. Desde que llegué a este lugar me doy cuenta que está llena de personas, de animales, de plantas, de vida y de magia. Nunca había estado tan rodeada por tantas almas y ahora sentir todo eso estaba poniéndome enferma.

Me recargo en la pared para tomar aire cuando me topo con una cara, está apoyándose en el barandal de la escalera para mirarme desde arriba con las trenzas colgándole por la cabeza.

—Te ves pálida —dice al verme.

Ahora la reconozco, es la que me escoltó desde el castillo hasta la casa. Debe tener un alto mando en la guardia imperial.

—Yo, solo vine aquí a tomar el aire. —Me apresuro al decirlo. Lo último que quiero es que piensen que quiero escapar.

—Tranquila. —Se ríe antes de dar un salto por encima de la barandilla y aterrizar a mi lado—. No vine a regañarte, solo me daba curiosidad conocerte.

¿Conocerme? Está poniéndome nerviosa, pero concentrarme en ella me ayuda a relajarme y olvidar a todos los demás seres a mi alrededor.

—¿Te refieres a hablar a solas?

—Si. Quiero comprobar si es cierto lo que dicen de ti.

Me tenso en mi lugar.

—¿Qué es lo que dicen de mí? —pregunto conteniendo la respiración.

En lugar de contestarme se ríe.

—No pongas esa cara de espanto—me advierte.

No podría estar más confundida. Era tan diferente cuando la vi en posición de firmas a un lado del rey. Rígida y sería como un palo de escoba.

—Solo quiero saber si de verdad eres la princesa demonio genocida de la que todos hablan.

—¿Que? —Agarro mi cabeza horrorizada.

—Ahí está tu cara pálida de nuevo —se ríe otra vez ruidosa y estruendosa.

Su forma de hablar no es muy silenciosa, ha atraído a Gofel y nos mira con el ceño fruncido cuando nos encuentra.

—¿Que ocurre aquí?

En cuanto hace la pregunta nos levantamos del pasto en segundos.

—Yo... —La guardia tartamudea nerviosa—. La encontré aquí, parecía que no se encontraba bien así que me quedé con ella. Ya que está mejor debo volver a mi puesto. Con permiso.

Después de ese discurso atropellado camina lo más rápido posible hasta que la perdemos de vista. ¡Me ha dejado sola para enfrentar a Gofel!

—Quería tomar un poco de aire. Nunca había estado rodeada por tantas personas y me sentí...

—¿Agobiada? —Termina la oración por mí.

Gofel se da cuenta de lo mal que me siento. Mis poderes no solo no son de ayuda si no que me enferman.

—Cuando reprimes tus poderes por mucho tiempo corren el peligro de desatarse desastrosa mente un día—explica tranquilamente—. Estás en esta escuela no solo para aprender sobre Roth, si no para aprender sobre tu magia.

Me quedo callada sin poder creerlo. Mi padre nunca quiso que yo aprendiera. ¿Por qué el rey de Roth si quiere?

—¿Tiene algún sentido que yo aprenda? —pregunto sin entusiasmo.

—Lo tiene. Y si no quieres hacerlo por ti misma hazlo por tu madre.

—¿Mi madre? —El corazón se me acelera. Si ella alguna vez la conoció no me lo dice. Evade ágilmente mi pregunta y se limita a dejarme en claro una sola cosa.

—Yo me encargaré de enseñarte.

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