La última es ella
La última es ella
Por: Devora Libros
CAPITULO 1

Perspectiva de mamá de Crisia

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La oscuridad es aplastante y aunque se sientan como toneladas sobre mí, camino firme.

Estoy descalza a pesar de que el frío de la gruta se filtra por las plantas de mis pies, prefiero esto a usar zapatos. Así es mejor.

Puedo sentir a través del suelo todo lo que me rodea. El goteo que cae del techo proveniente del riachuelo que corre sobre mi cabeza. El correteo de los murciélagos que se esconden entre las estalactitas y, aunque permanezcan quietos, siento la presencia de todos los hechiceros que esperan al final del camino.

Me acerco decidida hasta que el calor de la fogata me alcanza y las llamas iluminan la cámara formando toda clase de sombras extrañas entre las paredes rocosas.

En medio de todo eso está él... Su aura es tan grande que no puedo fingir más que no lo noto, que toda su presencia es la que me está asfixiando.

Está de rodillas frente a la fogata, atado de cada muñeca por cadenas fijas en el suelo tan tensas que estoy segura de que los músculos de sus brazos están contraídos, protestando dolorosamente.

Lleva horas así sin moverse y si se ha dado cuenta de que he llegado, no lo demuestra. Permanece con el rostro mirando el suelo con su espeso cabello negro cayéndole por la enfrente.

Levanto las manos concentrando mi poder en la hoguera para avivar las llamas y tratar de ser la que lleva el control en la sala.

Él levanta la cabeza de pronto para mirarme, me obliga a mirarlo. Sus ojos encendidos y una sonrisa malévola.

No consigue asustarme, sus ojos rojos me recuerdan que no hay espacio dentro de mi corazón para sentir miedo, tristeza o dolor por él, ni siquiera enojo.

Gofel abandona su puesto junto a los demás hechiceros que forman un círculo alrededor de él, concentrándose para contenerlo. Se acerca a mí para darme el libro de los elfos.

Lo tomo con firmeza y lo abro para llegar hasta la página que busco, esa tan marcada y recorrida por mis dedos y por una esperanza demasiada intensa, que las hojas parecen gastadas a pesar de que eso es imposible.

El libro de los elfos es la más valiosa e importante reliquia que recorrió la línea de sangre de mis antepasados hasta mí. Soy la única que queda.

El peso de la familia sobre mis hombros me da fortaleza y entiendo la mirada de Gofel me hace antes de volver a su puesto en el círculo.

Extiendo mi energía hasta las llamas para que se coordinen con los hechizos y alcanzan al hombre frente a mí. Las lenguas de fuego lo envuelven provocándole un alarido de dolor. Su cara proyectada hacia el cielo deja al descubierto las venas purpúreas de su cuerpo. Él está lleno de eso, de esa sustancia que le envenenan el corazón y la mente.

Su voz hace eco en las paredes de la gruta incrementando su urgencia, pero no permito que me afecte. Sigo con el conjuro, dejando que algo más se vaya cuando libero mi energía.

No hay espacio para nada más en mí que el amor que siento por él. No dejo que ningún otro sentimiento se mezcle con eso: el miedo, el dolor y el enojo que sentí cada día al verlo ser alcanzado por la oscuridad. Nada de eso importa y dejó que el amor puro llegue hasta él para liberarlo.

—¡Crisia! —grita mi nombre.

En cuanto lo oigo sé que algo va mal. La energía se revuelve y gira lejos de mi control. Traegon contrae uno de sus brazos hasta reventar la cadena de una de sus muñecas y la otra no presenta ningún problema ahora.

Los hechiceros extienden sus brazos hacia él para retenerlo con su energía, pero sé que es demasiado tarde. Se ha robado toda mi magia y es lo suficientemente fuerte como para hacer que todos ellos salgan volando contra las angulosas paredes.

Corre hacia mí en cuanto se deshace de ellos. Me derriba contra el suelo y presiona una rodilla sobre mi espalda para inmovilizarme. Siento su peso sobre mí, sofocándome. Sé que estoy perdida y curiosamente lo único que puedo sentir es tristeza. Una pena tan grande que e estado conteniendo por los últimos años, la dejo salir como una ola que hace resistencia con Traegon y alcanza a mi hija. Puedo sentirla llorar, aunque esté muy lejos de aquí. Ella sabe lo que ocurrirá con su madre.

Traegon se enfurece aún más y carga su peso todo lo que puede mi pecho hasta que escucho que hay algo que se rompe además de mis huesos.

Pido perdón a mi hija y le pido perdón a él también.

Lo siento, Traegon. Mi amor no pudo salvarnos.

Perspectiva de Crisia

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Me levanto con el cuello empapado de sudor y la respiración agitada.

Tuve ese sueño otra vez.

Me incorporo en la cama con la misma sensación invadiendo todo mi cuerpo y ese dolor familiar en el centro del pecho como el día en que mi madre murió.

Escucho gritos seguido de un estruendo en la planta de abajo y por un momento creo que son soldados de Roth que se han colado al castillo.

Salgo de mi habitación con rapidez y me encuentro con una de las damas de servicio.

—¿Que está ocurriendo? —pregunto en un susurro, aunque siento que el corazón está gritándome.

—¡No baje! —Me advierte con los ojos abiertos. Tiene la cara tan pálida que puedo ver claramente el terror en ella—. Su padre ha perdido la guerra.

El alma me abandona el cuerpo. Siempre me pregunte que noticia resultaría peor, si mi padre había ganado o había perdido.

—¡Crisia! —Mi padre grita desde la sala del trono.

Por unos segundos desearía no llamarme como mi madre.

—Se que estás ahí. Ven acá —ordena.

La dama de servicio niega en silencio, suplicando que no vaya, pero sé que esconderme a veces solo empeora las cosas.

Después de que la tranquilizó me apresuró a bajar por las escaleras. No sé cuál es la hora, pero sé que hoy es una de esas noches sin luna. La única luz prendida en el castillo es el de la chimenea en la sala del trono donde está él.

No necesito ver para saber por dónde voy, ésta a sido mi casa durante toda mi vida y puedo sentir lo que está a mi alrededor con solo dar un paso.

La presencia de papá llena todo el lugar, su alma retorcida se siente más fuerte cuando entro a la sala del trono y tocó con el pie su espada en el suelo que estoy segura arrojo hace unos momentos.

Está sentado en el trono con la chimenea detrás de él. Tiene el cabello sobre la cara igual que en mi sueño.

—¿Sabes por qué perdí? —Su pregunta me hace estremecer—. ¿Sabes porque sigo perdiendo contra Roth a pesar de que asesine con mis propias manos al rey y lo único que quede es ese hijo bastardo suyo sin un gramo de magia?

Yo no sabía porque había perdido. El reino de mi padre había conquistado muchas otras tierras, tenía el mejor ejército y los recursos nunca faltaban. ¿Que tenía ese nuevo rey de Roth que lo hacía tan fantástico?

—Te he hecho una pregunta. —Me advierte como cuando era una niña, pero ya no queda nada de la dulzura en su voz cuando me la hacía en ese entonces y yo he dejado de ser su pequeña.

—No lo sé—respondo con firmeza.

—¡Es por ti! Tienes 23 años y no tienes idea de cómo controlar tu magia. No te pareces en nada a tu madre.

Eso me hubiera destruido, pero ya no más. ¿Como se atrevía a mencionar a mi madre después de lo que hizo?

Su presencia se cierne sobre mí, robándome el aire y las fuerzas, pero lo que estaba albergado en mi pecho lo hace retroceder. Veo que se relaja un poco y me preguntó, con una pizca de esperanza, si fue porque se dio cuenta que pude detenerlo.

Estira las piernas sobre el reclinatorio optando una postura más relajada. Puedo ver qué tiene las botas llenas de sangre de la batalla ocurrida hace unas horas.

—Para tu suerte, aún no me eres completamente inútil.

Morir a manos de mi padre, morir a manos de los enemigos de mi padre.

—He negociado con Roth para que no invadieran la capital a cambio de que te cases con el rey.

—¿Que? —La pregunta sale sin que pueda contenerlo.

—Nos vencieron, pero aún me temen y te temen a ti también.

Las ideas se agolpan en mi mente. Nunca imagine la perspectiva que tenía la gente sobre mí. en especial la de otros reinos.

—Para tu buena suerte —continúa diciendo—, ellos no saben lo patética que eres.

Se levanta del trono al decírmelo. Cuanto más se acerca más puedo sentirlo, cada paso por los escalones me hace querer salir corriendo.

—Ser su esposa no es lo único que quiero que hagas por el reino.

Está tan cerca ahora que no puedo reaccionar cuando presiona mi barbilla con una mano para obligarme a mirarlo.

—Debes entrenar. Volverte lo suficientemente fuerte para atacarles por la espalda cuando se sientan confiados.

Apartó su mano de un tirón antes de que consiga romperme la quijada. Abandonó el salón a grandes pasos ahora que sé que ha dicho suficiente.

—Hazlo por tu madre, Crisia —grita cuando estoy subiendo por las escaleras.

Quiero gritarle que no se atreva hablar de mi madre. No ahora que sé que él fue quien la asesino.

Perspectiva de Crisia

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El carruaje va lento. El viaje hacia el reino de Roth ha llevado ya tres días y uno de retraso, los caminos y los canales están llenos de baches y contratiempos por culpa de las guerras ocurridas en los últimos meses.

Se suponía que el camino lo haría acompañada por el rey de Roth. Tristán Abernati, el hijo bastardo del rey de Roth ahora ascendido, el hombre que venció a mi padre y mi futuro esposo.

No puedo dejar de pensar en él. Tal vez planea matarme en cuanto ponga un pie en su reino. Es una buena estrategia después de todo, fingir que no puede acompañarme, pero que me esperara en su reino, entonces armara una emboscada para acabar conmigo aprovechando que no me protege mi padre y su ejército.

Es tan absurdo que mi padre no haya pensado en eso, o quizá él ya lo sabía. Quizá pretende que me maten para tener una excusa para romper el acuerdo y desatar la guerra de nuevo.

Contengo las lágrimas con impotencia mientras continúo con el viaje. Desearía no ser una pieza inútil en este juego de ajedrez.

La capital está llena de cuadrillas de soldados que caminan entre los puestos de comerciantes de la plaza. Cuando bajó del carruaje soy escoltada dentro del palacio donde no soy recibida con vítores ni soy recibida por los miembros de la corte.

Hay militares en cada pilar del castillo que me observan sin parpadear.

Si mi vida no corriera peligro, me detendría un poco más en admirar la estructura del palacio. Lo primero que noto es que está lleno de luz. El sol del atardecer entra por los vitrales que hay en las paredes. Ya había escuchado en algún lado que la realeza acostumbraba contar la historia de su reino a través de figuras en murales. Quizá estos fragmentos brillantes de luz representan la historia de Roth.

Al final del gran salón me espera el rey. Lo había imaginado sentado en el trono listo para dictaminar mi sentencia, pero está parado frente a él con las manos en la espalda.

—La princesa Crisia de Hamdurton.

Cuando me inclino para presentar mis respetos aprovecho para mirarlo y satisfacer mi curiosidad. Es mucho más joven de lo que esperaba. En definitiva, no tiene la edad de mi padre, pero es mayor que yo. Puedo notar que eso le disgusta, se para erguido sacando el pecho para demostrar su autoridad.

Está usando el uniforme de los soldados, la armadura de plata fina le cubre la espalda ancha y los pantalones le ciñen las piernas musculosas como un guante.

Centro mi energía en él, pero no presiento magia más que la de sus armas y su armadura. Aun así, puedo sentirlo, su energía llena todo el salón como el agua de un lago quieto que me alcanza hasta el cuello. Por una extraña razón eso no me molesta. Su presencia me recorre el cuerpo haciendo cosquillas en mi pecho. Es relajante.

—¿Ha tenido un buen viaje, princesa Crisia? —pregunta.

—Bien, a pesar de los contratiempos de los caminos—contesto.

—Debe disculparme por ello. Es inevitable que los caminos no se conviertan en campos de batalla cuando el reino está bajo ataque.

No pasa inadvertido que lo ha dicho como si todo fuera mi culpa. A pesar de la acusación, no parece que este molesto. No hay nada en su semblante que demuestre que me odia, que me teme, o si quiera si le intereso. Sus ojos negros están vacíos. No siente nada por mí.

El escudo en su pecho llama mi atención, reconozco la golondrina en medio con la cola que termina en dos filosas puntas que sobresalen del emblema. Escuché a los sirvientes en el castillo cuando estaban en la cocina, donde piensan que nadie está escuchando, cuando mencionaron que mi padre tomo el emblema del rey de Roth y se lo encajo del pacho para que le perforara el corazón con las puntas de la cola del pájaro.

El hijo del hombre que asesinó mi padre se da cuenta que lo estoy mirando y me obliga a mirarlo a los ojos, tiene una cicatriz en la mejilla que no le importa esconder. No puedo apartar la mirada, siento que, si lo hago, el agua imaginaria a mi alrededor va ahogarme.

—Entiendo que viajó hasta aquí porque está dispuesta a cumplir con su deber como esposa— menciona sin quitarme los ojos de encima

¿A qué se refiere con eso? Me contengo de hacer alguna reacción que pueda malinterpretarse.

—Eso depende de lo que usted espera que haga —digo manteniéndome firme.

—Si no lo sabe significa que no está lista. —Se gira dispuesto a retirarse—. Los guardias la escoltarán a su hogar temporal. Fue un placer conocerla.

Con un sencillo movimiento de manos una escolta se acerca hacia mí y él abandona la sala por una de las puertas de la sala.

¿Es todo? Solo unos minutos y me da una patada en el trasero para que me largue. Sigo a los guardias sin poder evitar echar un último vistazo al rey, veo su capa ondeando sin detenerse un segundo para mirarme.

Entro al carruaje con un sentimiento extraño, como si hubiera pasado una prueba, pero solo por poco.

Nos alejamos del reino hasta las orillas de la capital donde el terreno parece más pertenecer al bosque que a la ciudad. Tampoco esperaba que me permitieran vivir en el castillo.

Es una pequeña choza que parece abandonada, el techo aparenta estar cayéndose y detrás tiene un corral lleno de gallinas. Sé que todo es una fachada, en cuanto entró en ella puedo sentir la magia inundando cada pequeño rincón. Nunca había sentido una magia cómo ésta que parece inquieta y me hace cosquillas en la nariz.

—Su alteza, Crisia. —Atrae mi atención una de las guardias. Tiene trenzas atadas alrededor de su cabeza y carga una armadura mágica más pesada que la que usaba su alteza—. El rey quiere que esté preparada para mañana, será escoltada al colegio de la ciudad donde será instruida en sus deberes como reina.

—¿Una escuela? —pregunto con confusión.

—No una como usted piensa —declara con seriedad.

No me queda más que asentir levemente y esperar a que se vayan. Sé que no se van totalmente, quedan unos pocos que se quedan en el umbral del camino para vigilarme, pero agradezco la privacidad.

Paso la tarde sacudiendo el polvo y las telarañas. La casa tiene una cocina pequeña con un hornillo de leña, un armario grande donde almacenar los comestibles, una mesita puesta justo debajo de la única ventana y una cama separada del resto por una cortina sencilla.

Cuando se ha hecho de noche enciendo una de las velas y como en la mesa un par de bollos hechos de harina. Y mientras veo a la luna por la ventana me hecho a llorar.

No puedo creer que sigo viva. Que estoy sentada aquí lejos de mi padre después de tantos años de maltrato. Esa noche concilio el sueño más rápido que de costumbre, con una almohada que huele a polvo, pero con el corazón lleno de esperanzas.

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