El fuego danzaba alrededor de Tara, envolviéndola en un resplandor dorado. El calor no la quemaba, sino que la abrazaba como si fuera parte de ella, como si siempre hubiera estado allí, esperando ser despertado.
Rhidian observaba en silencio, su mirada reflejaba asombro y cautela.
—Tara… —su voz sonó baja, pero llena de preocupación—. ¿Te encuentras bien?
Ella abrió los ojos. Su reflejo en las llamas mostraba pupilas resplandecientes, teñidas de un fulgor ámbar. Su cuerpo vibraba con energía pura, con una sensación que jamás había experimentado.
—Nunca me he sentido mejor —susurró, extendiendo una mano.
El fuego respondió. La flama se curvó alrededor de sus dedos, como si la reconociera, como si la aceptara como su dueña.
Rhidian avanzó un paso con cautela.
—¿Sabes qué hacer con esto?
Tara bajó la mirada a la palma de su mano, donde el fuego latía suavemente. Sabía que el poder dentro de ella no solo era creación, sino también destrucción.
—Creo que esta es mi prueba —murmuró—. El Gua