Un año pasó, Amaranta compartía con sus nuevos amigos, Ágata, Stella y Eve, fundó un hospital donde era directora general, junto a Xabier.
Sus días libres eran de pasear por los campos floridos de algodón y diente de león.
Sun-Hee cuidaba de los pequeños mientras ellos trabajan. Su teléfono sonó, y como siempre eran sus padres por vídeo llamadas.
—¿Hija cómo estás pasando? Ya quiero ver a mis nietos, está semana iremos tu madre y yo. — Amaranta llamó a sus pequeños.
—Estan hermosos, pronto estaremos ahí con ustedes.
—Los estaremos esperando madre padre, los amo.
—Y nosotros a ustedes mi niña.
Así transcurría el tiempo, entre trabajo y ser mamá, se olvidó de sentir como una mujer, el recuerdo de Salvatore seguía tan latente en su día a día. ¿Como olvidarlo? Si tenía dos versiones de él en miniatura.
Los miró dormir en sus cunas, acarició sus negros cabellos, y sonrió.
— Son mi vida, los amo mis bebés.
Xavier entró a la habitación sin ser escuchado, caminó hasta llegar a la cuna.
—¿E