Pero luego lo pensé mejor…
¿Y por qué Patricia tendría que mostrar siempre su lado amable conmigo? ¿Acaso me debía algo? ¿Acaso tenía ella alguna obligación de caerme bien o de ganarse mi simpatía?
De repente me di cuenta de que había sido yo el arrogante.
Yo fui quien se creyó demasiado importante.
Suspiré con resignación y me preparé para dormir.
Justo entonces, escuché el suave pitido del cerrojo electrónico de la puerta.
A esa hora…
¿Quién más podría entrar a la casa usando el código, si no era Elara?
Por la mañana se había marchado con una sonrisa radiante de oreja a oreja, y pensé que no volvería hasta el día siguiente.
Pero regresó esa misma noche...
¡Fue directo a mi habitación!
—Óscar, levántate —ordenó, con una voz severa.
Abrí la puerta algo confundido, sin saber qué pasaba.
—¿Señora Elara? ¿Qué ocurre?
—Necesito hacerte una pregunta —me dijo enojada y los ojos chispeando molestia.
Yo estaba perdido.
—¿Qué pregunta? Dime, te escucho.
—Si tuvieras novia… ¿preferirías que tú