No quería seguir discutiendo ese tema con Elara hasta el amanecer, así que volví a insinuarle de nuevo que se fuera:
—No te preocupes, mejor vete. Ya quiero dormir y si sigues hablando en ese tono, vas a terminar despertando a Patricia.
—¡No me voy a ir! —respondió con un tono tenso:— Estoy molesta, ansiosa… Necesito que alguien me escuche, así que quédate conmigo un rato más, ¿sí por favor?
—¿Amiga, no tienes que trabajar mañana o qué? —solté sin pensarlo demasiado.
Apenas terminé de decirlo, Elara me agarró la oreja con fuerza.
—¿¡Cómo que amiga!?
Pensé: Pues no dije nada incorrecto… al fin y al cabo, sí que eres un poco mayor que yo.
Pero con la oreja atrapada entre sus dedos, no me atrevía a contestarle nada que la hiciera enojar más.
—Hermana… hermanita, suelta la mano primero, ¿sí, me duele?
—¿¡Quién es tu hermanita!? ¿Acaso me estás coqueteando o qué?
Todo es mi culpa, pensé por unos segundos.
—Queridísima señora Elara, tenga piedad, ¿sí? Le ruego que me suelte la oreja… ¡ya cas