Zorath lleno de fastidio, dijo:
—Alicia, de veras no hablas nada productivo. Ya casi estamos divorciándonos y sigues con estas pendejadas. ¡Sinvergüenza
Alicia, lejos de molestarse por eso, respondió con indiferencia:
—Sí, soy despreciable. Soy la mujer más patética del mundo. Sé perfectamente que me has sido infiel y aun así sigo en este lugar, humillándome, perdiendo hasta el último rastro de mi dignidad femenina.
Hizo una pausa, de repente su voz se quebró y continuó:
—Pero no puedo evitarlo. No sé cómo controlarme. No sé qué haré cuando ya no estés en mi vida…
Mientras hablaba, las lágrimas comenzaron a caer desbordadas.
Zorath gruñó con impaciencia:
—¿Sabes qué es lo que más me molesta de ti? ¡Exactamente todo esto!
—Dices que me amas, pero yo jamás he sentido ese amor. Te comportas como una niña caprichosa que no sabe más que aferrarse a mí.
—¿Acaso entiendes que los hombres necesitamos libertad? ¿Espacio?
—Me tienes tan asfixiado que ya no puedo soportarlo más.
Alicia, alarmada,