Punto de vista de Rafael
El descapotable era un alquiler: plateado, brillante, absurdamente caro. Perfecto para un día en que fingíamos que el mundo no existía más allá de nosotros dos.
Teresa subió al asiento del copiloto con unos shorts vaqueros y una camiseta blanca de tirantes que le había comprado ayer. El pelo suelto, todavía algo húmedo de la ducha, y parecía más joven. Más ligera.
Como la chica de la que me enamoré en vez de la mujer a la que había pasado meses destruyendo.
Salí del aparcamiento del hotel y tomé la carretera de la costa. En cuanto llegamos a la vía abierta, pisé el acelerador.
El motor rugió. El viento entró a raudales por el techo abierto, levantando el pelo de Teresa como una bandera.
«¡Woooooo!». Alzó los brazos, dejando que la brisa los atrapara, riendo con una alegría pura que me encogió el corazón.
La miré de reojo, incapaz de contener la sonrisa que me estiraba la cara. Parecía libre. Sin peso. Feliz.
¿Cuándo fue la última vez que la hice feliz en vez d