Punto de vista de Rafael
Me encontraba frente al espejo ajustándome la pajarita por tercera vez. Estaba perfectamente recta, pero mis manos necesitaban hacer algo. Cualquier cosa que evitara que temblaran.
La puerta del baño llevaba cerrada cuarenta y cinco minutos. Se oían pequeños ruidos: el roce de la tela, el taconeo sobre el azulejo, la respiración suave de Teresa.
Miré el reloj. Teníamos que salir en treinta minutos.
«¿Teresa?», llamé. «Vamos a llegar tarde».
«Ya casi», respondió su voz amortiguada.
Volví al espejo, alisé la pajarita que ya estaba perfecta, me acomodé la chaqueta que ya caía impecable. El esmoquin era hecho a medida, diseñado para que pareciera exactamente lo que era: un multimillonario que pertenecía a eventos como este.
Pero yo me sentía un impostor.
La puerta del baño se abrió y la vi primero en el espejo.
Mis manos se quedaron congeladas a medio camino, la pajarita olvidada. El aire se me quedó atrapado en la garganta.
Teresa estaba en el umbral, transformad