74. Es una venganza
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Las luces bajas, el olor a cuero y bourbon caro, y el murmullo de ejecutivos hablando de dinero, poder y estética llenaban el espacio como una niebla invisible.
La puerta se abrió y el murmullo cesó por un segundo.
Jazmín Ravencroft entró como si el lugar le perteneciera.
Vestido negro ajustado, labios carmesíes, mirada de diamante.
A su lado, Nathaniel Luther, impecable en un traje oscuro, la escoltaba como un lobo a su loba.
Los ojos masculinos no tardaron en posarse sobre ella. Con descaro, sin cuidado.
Jazmín sonrió con picardía, como si supiera que todos estaban exactamente donde debían estar.
Nathaniel lo notó.
Su brazo se deslizó con naturalidad por la cintura de Jazmín, atrayéndola a su cuerpo.
Ella giró el rostro apenas, inquisitiva.
Él bajó la cabeza y murmuró a su oído:
—¿Estás segura de que quieres trabajar con esta gente?
Ella no perdió la sonrisa, aunque sus palabras eran un dardo bien dirigido.
—Es solo trabajo, señor Luther. Si no quería… ¿por qué aceptó?
Nathaniel