Capitulo 4

Isabella despertó con un gemido ahogado. La luz del amanecer se filtraba por las cortinas de seda color ébano, tejiendo sombras doradas sobre las paredes de piedra tallada. No reconocía aquel techo alto ni el tacto de las sábanas de lino helado contra su piel. Durante un instante, creyó estar muerta. Hasta que el dolor la trajo de vuelta a su maldita realidad: un fuego sordo en las costillas, latidos punzantes en las cicatrices de su espalda, y un vacío en el pecho que no pertenecía a las heridas físicas.

Se incorporó lentamente, sintiendo cómo las vendas de seda impregnadas con hierbas le rozaban las marcas del látigo. Las lágrimas llegaron sin aviso, calientes y traicioneras, mientras el recuerdo de Edmond inundaba su mente. Lo vio de nuevo en el estrado, derrotado y ensangrentado, sus ojos ámbar buscando los suyos en medio de la humillación. "¿Por qué no luchaste?", quiso gritarle al espejo de plata frente a la cama, donde su reflejo la observaba con ojos grises inyectados de rab
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