Leonardo permaneció sentado solo en su oficina mucho después de que las luces de la ciudad comenzaran a brillar bajo las paredes de cristal del edificio. La oficina estaba inusualmente silenciosa, ese tipo de silencio que apretaba los oídos y obligaba a los pensamientos a hacerse más fuertes. Su chaqueta yacía tirada en el sofá, la corbata aflojada, los primeros botones de la camisa desabrochados, pero nada de eso aliviaba la tensión que se acumulaba en su pecho.
Ya lo había decidido esa misma noche.
No venderé mi empresa.
Eso era lo que se había dicho a sí mismo mientras contemplaba el horizonte, recordando la calma y la exasperante compostura de Elena durante la cena. Su forma de hablar, como si el trato fuera inevitable. Su forma de levantarse y marcharse sin esperar su respuesta, como si ya lo perteneciera, como si ya fuera dueña de todo lo que había construido.
"No", murmuró en voz baja, volviéndose hacia su escritorio. "Hay algo en su oferta que no me convence".
Se dejó caer en