El sonido de una botella quebrandose, rompía el silencio que reinaba en aquella mansión casi vacía. Los sirvientes miraban hacia otra parte, o simplemente se concentraban en hacer sus deberes, sin prestar atención intencionalmente a lo que sea que estuviese aconteciendo con los señores de la casa. Ya no era extraño escucharlos discutir, como tampoco eran extraños aquellos terribles arrebatos de ira que el señor Stone sufría todos los días. Limpiando, cocinando, cualquier deber o pequeña tarea, era mucho mejor que escuchar lo que los amos tenían para decir.
—¡Maldición! — gritaba de ira Enzo una vez más, aunque, esta vez, era tanta la rabia y el odio que estaba sintiendo, que realmente quería destrozarlo todo a su paso.
Una hoja arrugada yacía en el suelo, una copa de cristal era lanzada al fuego, cada cachivache que había sobre el escritorio, era arrojado con violencia, y las frágiles sillas eran una presa fácil de destruir ante aquella ira tan atroz que Enzo no se estaba conteniendo.