Capítulo 5: Tu serás mía.

Al día siguiente, muy temprano, Mónica y Celeste estaban en una llamada. Mónica había llamado emocionada para contarle lo que había pasado.

—¡Celeste, adivina qué! —exclamó Mónica con entusiasmo del otro lado de la línea, con un grito emocionado.

—¿Qué pasa? No me dejas dormir —respondió Celeste con pereza desde la llamada.

—¡El profesor me puso 'A' en mi proyecto! ¡Gracias, te adoro, Celeste! —Mónica estaba emocionada, sabiendo que nunca antes había obtenido una calificación así, ya que, aunque era muy inteligente, la aritmética no se le daba tan bien. Por otro lado, Celeste destacaba en esa materia.

Celeste saltó de la cama al enterarse de la calificación de su amiga, pero al mismo tiempo se preguntaba por qué aún no había recibido la suya.

—¿Qué? A mí no me ha enviado mi nota —exclamó con decepción.

—Amiga, tal vez aún no revisa el tuyo —trató de consolarla Mónica.

—Pero dijo que sería el primero —respondió Celeste, mostrando su decepción.

Celeste cortó la llamada y envió un correo electrónico a su profesor para preguntar sobre su nota.

«Profesor, buen día. Me preguntaba por qué aún no he recibido mi nota, cuando ya Mónica obtuvo la suya». Escribió Celeste, tratando de ser educada y evitar confrontaciones.

Recibió una respuesta en menos de 5 minutos.

—Estoy en un dilema. Entre darte una calificación aprobatoria o explicarte mejor lo que has escrito. Ya te daré otra cosa. No comprendo si mi clase es de escritura erótica o de aritmética. —Respondió el profesor, mostrando su frustración.

—¿Qué? —escribió Celeste, confundida por las palabras de su profesor.

—Ni siquiera chequeaste lo que enviaste, ¿verdad? —respondió él con frustración.

—Yo... —Celeste se sintió confundida y avergonzada, sin saber qué responder.

Dejó de escribir y fue a revisar los correos que había enviado. El trabajo de su amiga estaba bien, pero el suyo era un relato erótico que había escrito pensando en su profesor.

—¿Ya revisaste el correo que me enviaste? ¿Qué piensas? —preguntó Celeste, sintiéndose nerviosa.

—Me equivoqué, estaba escribiendo una novela —admitió Celeste.

—Es bueno saber que soy tu inspiración —respondió el profesor.

—No es lo que crees, solo es ficción, nada de eso es real —se apresuró a aclarar Celeste.

—Sabes, tienes muy buena narrativa. Deberías mostrarme el desarrollo de la historia —sugirió el profesor.

—Profesor, sí debería —respondió Celeste.

—No soy tu profesor ahora, estamos en fin de semana, no estoy trabajando.

Celeste cerró el correo y se recostó en la cama, sintiéndose tonta por haber confundido el correo de su tarea con algo que no debió haber enviado. Pataleaba sin parar.

Mientras tanto, Thomoe en su casa sonrió ligeramente al ver que Celeste no le respondió al mensaje.

—Vaya, realmente quiero saber y no me quedaré con las ganas. Celeste, tú serás mía —murmuró Thomoe.

En casa de Celeste, su madre la llamó para desayunar.

—Celeste, baja a desayunar —gritó su mamá desde la cocina.

—Ya voy, mamá —respondió Celeste, tratando de animarse a sí misma.

Celeste bajó las escaleras desanimada. En la mesa ya estaban sus padres desayunando.

—Buenos días, papá y mamá —los saludó con una sonrisa y les dio un beso a cada uno.

—Hola —dijo fríamente Alberto .

—Siéntate —le pidió su madre.

Su mamá se levantó para servirle, pero su padre la detuvo.

—Deja que se sirva sola, no tiene chacha —dijo su padre de forma despectiva, mirando a Celeste con desprecio.

—Está bien, mamá, me puedo servir sola —respondió Celeste.

«Ya quiero deshacerme de este estorbo» pensó Alberto .

«A pesar de que no es nuestra hija, deberías ser amable. Nos pagan muy bien por cuidar de ella» pensó Alma, sintiendo otro tipo de emoción.

—Hoy vendrán mis jefes a almorzar, así que quiero que se vistan decentemente —anunció el padre.

—Sí, papá —pronunció Celeste con una sonrisa fingida, sabiendo que su padre quería impresionar a su jefe actuando de manera hipócrita.

—Sí, cariño —respondió su esposa con una sonrisa, consciente del esfuerzo de su esposo por impresionar a su jefe.

—En especial tú, Celeste, no quiero verte con ropa corta —amenazó el padre.

—Sí, papá —respondió Celeste.

Después del desayuno, Celeste salió de compras con su amiga Mónica.

—No sé por qué compro esta ropa si no me dejan usarla —se quejó Celeste al ver un hermoso vestido que le llegaba a la rodilla, sabiendo que su padre prefería que vistiera de manera más recatada.

—Lo mismo pienso —dijo Mónica mientras miraba con decepción los vestidos frente a ellas.

Las dos compraron blusas de manga larga y shorts, sabiendo que a sus padres solo les gustaba verlas usando faldas hasta los tobillos; lo más corto que podían usar era el uniforme.

—¿Qué te dijo el profesor? ¿Por qué no te ha dado tu nota? —preguntó Mónica, cambiando de tema.

—Fue un error, le envié mis fantasías con él —confesó Celeste, sintiéndose avergonzada.

—No debiste hacerlo, seguro te suspenderán. Se ve que el profesor es de carácter fuerte —dijo Mónica, sorprendida.

—No, de hecho quiere saber qué sigue —confesó Celeste en voz baja, con un tono lleno de intriga y nerviosismo, mientras jugueteaba con un mechón de su cabello castaño.

—El profesor es un pervertido —rió Mónica, soltando una carcajada traviesa que resonó en la habitación.

—Sí —asintió Celeste con una sonrisa tímida, sintiéndose avergonzada pero divertida por los comentarios de su amiga.

—Si te conociera, tú le ganas en lo pervertida. Diría que ambos son tal para cual —bromeó Mónica, con una mirada cómplice que indicaba años de amistad y complicidad entre ellas.

—Tonta. Ya me voy porque habrá visita en casa —declaró Celeste, mientras se levantaba del sofá y se ajustaba la falda con gesto distraído.

—Ok. ¡Nos vemos!

—Adiós —respondió Celeste, dando un abrazo rápido a su amiga antes de salir corriendo hacia la puerta, con una mezcla de emoción y apuro.

Celeste se dirigió a toda prisa hacia la parada de camiones, el viento agitando su cabello y su corazón latiendo con fuerza en su pecho. Al llegar, se sorprendió al ver a Thomoe arriba del camión, con una expresión de sorpresa y anticipación en su rostro.

—Vaya, ¡qué sorpresa! —exclamó Thomoe, con una sonrisa encantadora que hacía que los ojos de Celeste brillaran con una mezcla de emoción y nerviosismo.

Ella se preguntaba por qué él estaba en el camión si supuestamente tenía auto, pero no tuvo tiempo de hacer preguntas antes de que el camión frenara bruscamente y Thomoe la agarrara para evitar que perdiera el equilibrio.

—Sí, profesor —dijo Celeste nerviosa, sintiendo la mano de Thomoe en su cintura, una sensación eléctrica que le hizo contener el aliento.

—¿Ya sabes cómo continúa? —preguntó él, con una voz suave que parecía llenar todo el espacio a su alrededor. —Celeste, ¿estás bien? —susurró al oído, con una cercanía que hizo que la piel de Celeste se erizara.

—Yo… —balbuceó Celeste, sin poder articular una respuesta coherente ante la repentina intimidad entre ellos.

—Tranquila, ya me lo dirás. ¿Cómo vas con tu proyecto? —preguntó Thomoe, desviando la conversación hacia un tema más neutral, pero manteniendo su mirada fija en los ojos de Celeste, como si tratara de leer sus pensamientos.

—Ya lo voy a terminar —respondió Celeste, sintiéndose un poco más tranquila al hablar de algo más concreto y tangible.

Mientras tanto, en el interior del camión, un desconocido se levantó para darle el asiento a Celeste, y ella se sintió agradecida por el gesto, aunque se preguntaba qué pensaría Thomoe al respecto.

Finalmente, Celeste se sentó, tratando de ocultar su nerviosismo detrás de una máscara de tranquilidad. Puso música en sus auriculares y se sumergió en su mundo, enviando el proyecto una vez más, pero esta vez revisándolo meticulosamente para asegurarse de que estuviera perfecto. Mientras tanto, Thomoe se sentó a su lado, revisando sus correos con una expresión concentrada en su rostro.

Al finalizar, Celeste recibió una respuesta del profesor, que la dejó perpleja y ruborizada. La mención de «Nos veremos esta noche» la llenó de incertidumbre y anticipación, y no pudo evitar preguntarse qué significaba esa reunión y qué implicaba para su relación con Thomoe.

Cuando alzó la mirada para buscarlos el ya no estaba.

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