Al amanecer del día siguiente, Tete y Wilson se prepararon para regresar a la ciudad. La nostalgia y el amor por sus hijos impulsaban a Tete a querer volver cuanto antes, y Wilson, siempre comprensivo, compartía su deseo de ver a los mellizos. La carretera parecía interminable, pero la promesa de abrazar a sus pequeños les daba fuerzas para continuar.
Cuando llegaron a la casa de Celeste y Thomoe, fueron recibidos con entusiasmo.
Celeste y Thomoe, los acogieron con abrazos cálidos y sonrisas amplias. El reencuentro fue emotivo; las risas y las lágrimas de alegría llenaron el ambiente. Thomoe y Wilson se dirigieron al jardín para conversar, mientras Celeste y Tete se quedaron en el salón, observando cómo los niños jugaban en el suelo.
Wilson y Thomoe se sentaron en un banco bajo un gran árbol frondoso. La brisa suave movía las hojas, creando un ambiente de tranquilidad y confidencia.
—Wilson, ¿cómo te va con Tete? —preguntó Thomoe, preocupado por su hermano.
—Ella ha vencido sus miedos