Cuando era niña me encantaba imaginarme como sería la boda de mis sueños, ese día al que me entregaría a alguien por amor donde todo sería perfecto tal y como los libros que tanto leía describían y aunque Nikolas había cuidado hasta el más mínimo detalle para que este día fuera perfecto algo en mi me gritaba que tuviese cuidado.
No sabría explicármelo a ciencia cierta pero una mala sensación recorría mi cuerpo de pies a cabeza desde que salí de la alcoba rumbo a la ceremonia. Como si alguien estuviese observándome en todo momento o si la peor de las tormentas se avecinara.
Mamá me había asegurado que eran los nervios de la boda y que era normal que me sintiera así pero yo comenzaba a preocuparme.
Además es bien sabido en el reino que el marido no debe ver a la novia antes de la boda y nosotros claramente no habíamos hecho caso alguno a esa regla.
Llegué al vehículo que me esperaba en las puerta de palacio donde mi madre y padre aguardaban con la más amplia de las sonrisas y los ojos